martes, 18 de agosto de 2009

Fuego.

Silencio! Hospital... by Emi, en Flickr

En Paraguay 40 se encuentra el Sanatorio Británico. Allí funciona en Rosario, el centro de atención a heridos por el fuego más complejo de la ciudad. Es el Instituto del Quemado. Todos los días, los médicos del lugar atienden diferentes accidentes. Heridos. De un incendio en zona sur, la explosión de una maquina en Acindar o un accidente doméstico.
Hubo una noche en que llegué hasta el lugar. Golpee la puerta de la oficina de guardia.
Herido otra vez.
Es que intente acercarme demasiado. A ella.


martes, 4 de agosto de 2009

Tobas



El chofer ponía sus ojos en un espejo con la cara de Garfield. Su voz, en el pasillo. Atrás hay lugar. Y las quejas se movían pesadamente, habitando unos cuerpos abrigados que no entran en ninguna parte. Sobre la puerta de adelante, asoman dos mujeres tobas. Y un niño. Dos mujeres tobas y un niño, cubierto con muchas frazadas de colores. El niño lloraba y su llanto fue sirena. Se abrían paso estas dos mujeres y el pequeño, entre tanta bolsa del supermercado, mochila de escuela y cartera de mujer paqueta.
Imagino que eran madre e hija. O abuela y madre a partir de anoche. O la noche anterior quizás. Era la esquina de la Maternidad Martín. Donde empieza la vida.
Poco habituado a esto de viajar apretado, el niño no paraba de llorar. Quizás, unas seis calles y la señora paqueta empezó a molestarse, mirando fijamente a la joven madre, esperando que apague al recién nacido. Como un celular en una reunión importante.
Siete calles más y la abuela toba comenzó una canción. Una canción de cuna. Y era tan dulce ese cantar despacio de la señora, un poco tarareando y otro poco en su lengua original, que todo se volvió silencio. El bebe se durmió entre sus frazadas de colores y por las ventanillas de este 142, entró el sol de los domingos al mediodía. Aunque es jueves, hace frío y esta oscureciendo.
El resto de los pasajeros, veían pasar las esquinas donde debieron bajar con una extraña melancolía. A ninguno se le ocurrió mirar el reloj. Nadie abandonó ese colectivo durante el cantar. Nadie se animaba a tocar el timbre. El chofer hizo su recorrido lento. Eterno.

Descendí por la puerta de atrás como lo indica el cartel. Dos paradas después que la nueva familia. Como lo indicaba el momento.
Hay días, que el boleto de la ciudad es el más barato del mundo.

jueves, 23 de julio de 2009

23 de julio.


A todos los que vienen siguiendo este humilde caminito de tinta, muchas gracias. Un año ya, con la misma birome.

domingo, 19 de julio de 2009

2 años




Mal, pero acostumbráu.

jueves, 16 de julio de 2009

Invierno.

Foto de Pablo D. Flores, en http://upload.wikimedia.org/
El frío abre a patadas la puerta de la Bolsa de Comercio. Esquiva los manotazos de los hombres de seguridad del edificio, y escapa. Baja los escalones de la esquina de a dos, a los saltos. De a poco se hace dueño de la ciudad. Por esta invasión, migran las aves, los mendigos de la plaza Pringles y los vendedores de helados en bicicleta.
Por Presidente Roca, Paraguay y Corrientes caminan ojos. Si, ojos. Perdidos entre tanto abrigo negro, marrón y azul oscuro. De los árboles caen las últimas hojas y de los edificios los últimos suicidas.
Cuando ya se pierden las esperanzas y solo queda esperar la fría muerte, Borsalino anuncia sus rebajas de temporada en botas. Entonces, las secretarias, abogadas y telefonistas del banco salen contentas con sus bolsas gigantes, llenas de zapatos nuevos. Y sonríen tanto, que sus risas derrite el hielo de la peatonal. Y uno que iba caminando por ahí, tiritando, no puede dejar de acercarse y frotarse las manos delante de ellas. Dicen los viejos, que el calor que se logra, es el de todas las camas del mundo los lunes, cuando se esta a punto de abandonarla. Ese es el calorcito que largan estas mujeres, felices por las rebajas de Borsalino.
Y sino supiera su respuesta de antemano, le digo. Confieso que me llevaría conmigo, a esa rubiecita que camina rápido por Córdoba. Mirándose de reojo en todas las vidrieras y arreglándose el pelo. La llevaría a mi casa, porque el invierno es largo. Y aumentó el gas.

miércoles, 1 de julio de 2009

Ah1n1.


El vigilante de la esquina ya me lo había comentado en la pizzería del barrio, la noche de San Juan. De a poco, la noticia empezó a hacer ruido en medios locales.
Los misteriosos asesinatos ocurridos en los últimos días, hicieron pensar lo peor en las máximas autoridades de la ciudad. Las pruebas recogidas por científicos forenses de la policía y la saña en los cuerpos irreconocibles, que iban llegando a la morgue municipal, solo mostraban un único camino. La Logia del Barbijo, había regresado.
Fundamentalistas de la salud. El origen de este grupo se remonta a la edad media, donde arrojaban niños mal formados a precipicios, o quemaban vivos a victimas de enfermedades que consideraban malditas. Con la creación en Ginebra de la Organización Mundial de la Salud, en 1948, muchos pensaron que el grupo de fanáticos se había disuelto. Los últimos hechos, demostraron lo contrario.
El jueves por la tarde, un 153 rojo se detuvo en avenida Pellegrini. El chofer logró escapar y refugiarse en un bar. Otros pasajeros corrían, lloraban o se desmayaban. Cuando dos miembros del comando radioeléctrico se acercaron cautelosos al vehículo, la escena era estremecedora. Una mujer había sido despellejada viva en el asiento de atrás. El motivo, un estornudo.
En el Coto de calle Urquiza un hombre y su pequeño hijo encontraron la muerte. Fueron lapidados con latas de duraznos y hongos. Y tomate. En cuanto el mayor intento sacar un pañuelo de su abrigo. En la plaza 25 de mayo, varios cuerpos aparecieron colgados de los postes de luz. A todos, se les había arrancado la nariz. Sin más.
Hasta ayer, el panorama de la ciudad, era desolador. Todas las estatuas, habían amanecido con un barbijo sobre sus cuerpos de bronce. San Martín en la plaza de Jefatura. Las imágenes de Lola Mora en el Pasaje Juramento, Olmedo en la estación Rosario Central y hasta el Che detrás de la cancha de Central Córdoba, en 27 de Febrero. Las farmacias, fueron saqueadas y la Catedral incendiada con algunos feligreses dentro. La esperanza es poca. Por Boulevard Oroño las parejas ya no caminan abrazadas y sus palmeras se mueren de soledad.
Escribo esto, sobre un pañuelo descartable y lo abandono en la mesa de un café. Tengo los ojos llorosos y los acodados en la barra comienzan a inquietarse. El cosquilleo en mis fosas nasales, anuncia el fin. El mozo me señala disimuladamente. Escucho el ruido de varias sillas que se arrastran a la vez. Sombras que se acercan violentamente. Si, son las mismas máscaras de las que hablaba el periódico. Vienen por mí.

domingo, 28 de junio de 2009

Cuarto oscuro.


Que triste el domingo en la ciudad. Sin fútbol y con elecciones. Más triste que el uniforme planchadito de un pibe del Colegio Ingles, que nunca tuvo hora libre en su vida. Que ni tocó el timbre, ni salió corriendo. Triste como la zapatería de Sarmiento y San Luis, atendida por dos viejos. Cerrada por duelo. Los fanáticos de Michael Jackson, rinden homenaje a su modo. Se ponen el barbijo, y salen a caminar por el parque Urquiza. Le echan la culpa a la gripe porcina. Que triste.
En la pared del baldío, en vez de encontrarme la promesa de amor de siempre, me veo enfrente de la foto del senador. Riéndose. Que triste este domingo.
Que ganas de entrar al cuarto oscuro, y encontrarte. Entre algunos bancos apilados en un rincón y boletas del Frente Cívico y Social. Peinándote. O preguntándome si podes usar mi remera, para salir de la ducha. Y yo, que había entrado al aula del Instituto San Martín. Solo. Con un sobre vacío en la mano. Saldría riéndome del presidente de mesa. Y de su triste cara.

lunes, 8 de junio de 2009

Otoño

“Nunca creas. Nunca creas este falso abandono”
Tengo demasiadas razones para creer que Benedetti se hizo árbol en la esquina de casa. Las hojas que se le caen están todas escritas y manchan con tinta la vereda. La gente camina con la vista clavada en el piso, escarbando con la punta de los zapatos el colchón amarillo. Pasan leyendo. Murmurando en voz baja. Después, llegan tarde al banco y pagan la luz vencida. A otros, el guardia de la oficina de correo les cierra la puerta en la cara. Porque trabajan hasta las tres, y punto.
El cirujano de la clínica en la esquina, despidió a la mujer que barre la vereda porque se niega cumplir con su tarea. A la mañana siguiente, ya desocupada, se queja en la radio. En el programa de Novaresio. Con voz finita le pide al señor Intendente que tome cartas en el asunto. Cada dos o tres oraciones a los gritos, repite un no puede ser. Que para eso lo votamos. Ni indemnización, ni nada. Que ponga más árboles como el de la esquina de mi casa.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Rosariazo - IV


Italia al 700. Ex sanatorio Palace. Actualmente, una clínica privada/R.M.


La idea era ingresar a la radio para leer una proclama. A la marcha compañeros. No les dieron aire. Había estudiantes de medicina, otros de Filosofía y Letras. Y Luis Norberto Blanco, que ahora agonizaba en el piso. Tenía 15 años y se había presentado en la manifestación espontáneamente. 15 años. Estudiante secundario. 15 años. Peón de una metalúrgica. 15 años.
El diario de hoy puso nombre a quien corría junto a el. Aníbal Reynaldo. Médico del Centenario. Participaba de la marcha, en representación de la Asociación Médica. Mientras trataba de socorrer a Blanco, aún con vida, la policía le seguía pegando. Entre algunas personas más, lograron llevarlo desde la puerta de la radio, al sanatorio Palace. En Italia al 700. Donde el chico moriría, en el umbral de la entrada. No los dejaron pasar a tiempo.

Rosariazo - III

En Lt8, no pudieron leer la proclama. Se jugaba la final de la Copa Libertadores y era imposible interrumpir la transmision/R.M.


Hoy, estas mismas calles con sus semáforos y mis años marcan los segundos que restan. Me pregunto si fue Bello quién me ayudo tras el golpe. ¿Porque seguí por Corrientes? No recuerdo el edificio donde lloré. Siempre me respondo con silencios. Marcha del Silencio. Esa que comenzó el 21 de mayo. En repudio a las muertes de los estudiantes. De Corrientes y Rosario. Cabral y Bello. De múltiples inicios en el centro y un solo destino. El edificio de la CGT de los Argentinos, frente a la facultad de Derecho. Las calles del centro alborotadas. Consignas. Aplausos. Estribillos desde casas y puertas de negocios. Obreros y estudiantes, unidos y adelante. La policía intenta reprimir al verse desbordada y con la posibilidad de la toma de la jefatura. En la plaza San Martín. Desde las columnas de gente piedras y bolitas. Para que los caballos de la montada resbalen en el empedrado de la época. Desde los balcones vuelan masetas hacía la defensa policial. También arrojan papeles encendidos que neutralizan el efecto de los gases. Camiones hidrantes nos hacen retroceder, cuando de la puerta de la radio LT8 un grupo de estudiantes salen corriendo. Uno cae. Un balazo le perforó la espalda.

lunes, 25 de mayo de 2009

Rosariazo - II

Peatonal Córdoba al 1300. Portón negro, ex galería Melipal/R.M.

Unos segundos sin saber donde estaba. Aturdido es la palabra. En la esquina, algunos chicos me intentan levantar y lo logran. Ellos doblan a la derecha en la que hoy es peatonal Córdoba. Yo sigo por Corrientes. Hasta que me escondo en la entrada de un edificio. Y empiezo a llorar.
En dirección opuesta a los estudiantes que escapaban, desde la calle Entre Ríos, otro grupo policial los encierra por Córdoba. Algunos se esconden en la galería Melipal que aún no contaba con salida por Corrientes. Aún no cuentan con salida. La policía ingresa. Agitación, desesperación. No pegues. Sos vivo pendejo. Soltame. Milico. Es una mujer. Largala. ¿Ahora lloras? Hijo de puta. Hijo de puta. Hijo de puta. Estampido y relámpago. Sosteniendo el arma, el oficial Lescano. Con un balazo en la frente Adolfo Ramón Bello. Estudiante de Ciencias Económicas. 22 años. Muere en el Hospital Central Municipal.

Rosariazo - I

Comedor universitario. Hoy, facultad de Humanidades y Arte en remodelación/ R. M.

Córdoba y Corrientes. Las noticias llegaban desde Córdoba y Corrientes. En la primera, 3500 operarios de la industria automotriz, se oponían a la eliminación del “sábado inglés”. La policía reprimía y detenía. En Corrientes, tras una manifestación estudiantil, por un aumento del 500% del vale del comedor universitario, Juan José Cabral de medicina muere de dos disparos en el pecho. Otra vez la policía, con mejor puntería. Córdoba y Corrientes. 14 y 15 de mayo.
Rosario. Reacción inmediata, comedor universitario. Corrientes al 700. Griterío, dudas, mayo francés, Cuba y su joven revolución. Algo hay que hacer. Se corta el tránsito en la puerta del comedor. La policía intenta reestablecer el orden. Aparecen por calle Santa Fe. Pánico. Gas lacrimógeno. Desesperación. Llanto. Miedo. Bastones largos. Corro hacia la esquina. Algo me golpea, miro a mí alrededor.16 de mayo.1969. Córdoba y Corrientes.

domingo, 17 de mayo de 2009

Mario Benedetti.

14.sept.20 - 17.may.09
«Mi táctica es mirarte, aprender como sos, quererte como sos. Mi táctica es hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible. Mi táctica es quedarme en tu recuerdo. No sé cómo ni sé con qué pretexto, pero quedarme en vos. Mi táctica es ser franco y saber que sos franca y que no nos vendamos simulacros, para que entre los dos no haya telón ni abismos. Mi estrategia es en cambio más profunda y más simple. Mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites»,

Cádaveres


Cuelgan, desde hace un tiempo por calle Corrientes. Cadáveres de letras. De noche, cuando hay viento desde el lado del río, giran en circulos haciendo más tensa la cuerda en el cuello. Algunas tienen los ojos cerrados. A otras es difícil mirarlas a la cara porque sus gestos ahogados, de último respiro, asustan a los peatones. Y las madres les tapan los ojos a los niños, cuando pasan por allí. Fueron sentenciadas al amanecer, cuando empezaron a volverse inútiles. A la vista de porteros que limpiaban vidrios. Barrenderos que detuvieron la marcha para ver el cruel espectáculo. Los panaderos abandonaban sus puestos y preguntaban por los motivos de las ejecuciones, mientras sacuden harina de sus manos.
Habían sido detenidas por intento de robo. Agravado por uso de armas. Utilizaban acentós donde no correspondía. A veces, intercahlaban haches para lograr que la victima distraída, se detuviera. Aparecían de noche. Sabían que la resistencia era menor en la oscuridad. Intentaban robar unos ojos. Si. Tus ojos.

viernes, 24 de abril de 2009

Odio ambulante


Llegando a la Terminal de Ómnibus. Siempre el mismo vendedor ambulante, sobre el 120. En sus manos alfileres. Completísimos conjunto de ciento cincuenta alfileres. Prácticos. De diferentes colores. Todas las medidas. Para la mujer de hoy. El regalo ideal para la abuela. De excelente material inalterable en su composición. Factible de utilizarse en diferentes superficies. Con un precio de calle hasta tres veces mayor, al que hoy, a bordo del 120 nos viene a ofertar.
Confieso. Me preguntaba sobre la real utilidad de ciento cincuenta alfileres. Hacía cuentas y el viaje más rápido, redondeando sumas acerca de las ganancias de aquel tipo.
Confieso. Hasta ese martes. En que la colegiala de mirada y pollera gris sentada a mi lado, compró un práctico, completísimo y útil conjunto.
Despacio, sacó una foto de su carpeta en la que se veía sonriendo junto a alguien. Lentamente comenzaron a caer sobre la imagen de él, lagrimas. Olvido. Y alfileres. De punta. Uno a uno.

lunes, 13 de abril de 2009

Café literario


Bajando por Mitre, desde el centro de la ciudad hasta el río, existe una pequeña librería pegada a un café. Los locales en cuestión, comparten la pared. Sus dueños, la mesa. Sobre la vereda, durante el almuerzo.
Entre ruido de tenedores y coches, discuten de fútbol. De economía y política. Gritan y se enojan. Hacen respetuoso silencio. Y acompañan con la vista cuando las chicas de quinto año salen del colegio. Toman su vinito y su descanso.
Algunas tardes, con los platos sucios y las servilletas de papel abolladas sobre la mesa, no saben bien que es lo que se extiende. Si la charla, o el vino. Entonces, se levantan con dificultad de sus sillas, se despiden e ingresan a los locales incorrectos.
Y es ahí, cuando el dueño del bar te invita con un rico café, mientras uno se pierde en las estanterías del pequeño local de libros usados. Es verdad que la búsqueda se hace más amena. Como también es verdad que los empleados del correo preguntan por libros inventados, a cambió de uno. Con tres de azúcar. De las chicas. Por favor.
Al lado, el otro, el de la librería, se niega a servirte un café en jarra. Apoya los codos en la barra. A cambio, recita poemas de Rodolfo Serrano. Con ojos cerrados.


"Nos dicen que la vida es un instante.
Y sin embargo,cuando no estás,
es un noviembre entero (y sin domingos)"

viernes, 3 de abril de 2009

A diario.


Llega a su puesto con el sol. Ambos son empleados puntuales. Ordena los matutinos del día, y se llena las manos de tinta negra. Lee los titulares antes que nadie, y ahora son sus ojos los que se oscurecen. Los aprende de memoria y los sufre. Serán el grito de la mañana entre los autos de la esquina. Santa Fe y Entre Ríos. Mientras dure el rojo del semáfo. Dos o tres minutos.
Durante toda la mañana. Dos o tres minutos. Cuando las señoras aprovechan para cruzar la calle tranquilas. Calor de pavimento. Un Clío azul, compra la muerte de un trabajador después que le robaran la moto. Humo de motores. Al lado de un colectivo, un Fiat se lleva la desaparición de una nena en Córdoba. Bocinas por todos lados. Gritan desde un BMW. La Nación y la pena de muerte. Insultos de ventanilla a ventanilla. Sube el dólar, los casos de dengue y el odio. Alguien pidió La Capital. Dos o tres minutos.
Muchos dos o tres minutos. Y el sol del mediodía empieza a asesinar la esquina. El pibe se deshace de las últimas malas noticias. Ella asoma por Santa Fe. Camino a su trabajo. Desaparecen los autos, y el humo de la calle se retira humillado. Los hombres se vuelven sombras de sus sombras. Las bocinas enmudecen y solo hace eco en el pavimento su caminar apurado, los suspiros de ocasionales testigos. Y los insultos al reloj. Convenientemente, el semáforo da tres luces celestes. Como en el tango.
Nervioso. En una mano los diarios. Con la otra se va peinando a las apuradas. Susurrando, él la sigue: “Sabías rubia, que el helado no engorda…unos tipos en Alemania…científicos, creo…mira página diez”. “Acá, fíjate. El calendario occidental es mentira. Estudio antropológico de la Universidad de Salamanca…en serio, ¿a que escuela vas tan apurada? “Ofrecen recompensa por tu cuerpo. Te buscan viva, se quedaron cortos con el dinero”.
“Hoy estas más hermosa que nunca, ¿lo sabías? Lo dicen las encuestas”.
Llega a destino y fín. Ella se pierde en una puerta. Alguna vez el banco hizo lo mismo con los ahorros. Secuestra a la rubia con la misma rigidez entre sus rejas. En ningún momento lo distinguió de la escenografía de la esquina. Del bache a mitad de calle. De aquel árbol o ese bar. El pibe cree que le roba una sonrisa con sus noticias. Ella sabe que son de ayer.

viernes, 27 de marzo de 2009

Si estas paredes hablaran.


Las paredes oyen. Escuchan lo que opina el panadero, segundos después de dejarte escapar, por Tucumán con el pelo mojado y el pan aún caliente en una bolsa de papel. Se enteran descascaradas y con manchas de humedad, de las ganas que disimula el hombre. Las de beber el vino más dulce. De tu espalda. Entre las sábanas de la imaginación.
Paran la oreja, las paredes. Y están todo el día atentas a los temas que retumban en la calle. La gente opina de muerte mientras esperan el 143, que no viene más.
Hay mañanas que no pueden aguantar, y también dan su opinión las paredes de la ciudad.

domingo, 22 de marzo de 2009

Romeo y Julieta.


El 29 de enero de 1529 William Shakespeare nos hacía caminar por Verona, y ser los terceros. Testigos en cuestión, entre tantos Montescos y Capuletos. Romeo y Julieta, llevaban las historias de amor, más allá de la vida. Más allá de la realidad.
En el año 1943, un grupo de jóvenes entusiastas rosarinos trajo la obra al Teatro Scala, hoy Mateo Booz. Disfraces cedidos por familias adineradas de la época, guiones adaptados a las carencias de eses y, giros lunfardos lograron sobre las tablas un realismo absoluto en su primer y única función.
En uno de los palcos laterales del teatro, se ubicaba el padre de una de esas familias bien. El señor Guspí había cedido en la gala varios vestidos de época, dinero para el alquiler de la sala, y a su hija menor. Julieta era la indicada para el papel. Por belleza, por ese “noseque” y principalmente por las esenciales donaciones de su padre.
Poco habituados al teatro y a la distinción entre realidad y ficción, los hombres del lugar pedían desesperados un médico para la bella Julieta tras la última línea de la obra. Tropezaban sobre el escenario con los ojos llorosos y puños armados. Su padre se vio obligado a interceder en medio del caos. Aclaraba que la joven estaba bien, a la sorprendida platea. Pero no fue suficiente.
Tras la interpretación, valientes caballeros cruzaban la ciudad, para pedir por la bella Julieta, quién asustada no se asomaba a su balcón de la calle Buenos Aires. Ofrecían viajes a rincones exóticos del mundo. Grandes herencias, lujosos autos. Vidas por su mirada. Nada de esto alcanzaba.
Julieta pasó los días mirando hacia adentro. Lejos de la calle y de alaridos de los muchachos solitarios. Sus salidas eran ínfimas. Empezó por faltar a misa de domingos. Las clases de teatro, continuaron sin su presencia. En el colegio ya nadie la esperaba.
Su familia, no tomo recaudos en cuidar de su pequeña, hasta que se mudaron del lugar un tiempo después.
De la historia solo queda un balcón. En el primer piso de Buenos Aires 1363. Lo hizo construir su padre.
Los abuelos recomiendan levantar la mirada, si es que el colectivo pasa despacio por el lugar. Si es que el domingo se presta para caminar y ella no nos esquiva con alguna excusa. En el lugar, continúan incansables. Desafiantes. Tres guardianes que rompen con las intenciones de los ocasionales romeos y cuidan de la realidad, a la bella Julieta.

Vuelo UX 041


Finalmente, el boleto de Air Europa, coincidió con el almanaque. La maleta en el coche y el abrazo apurado en el portal. En la bufanda, el aroma a último café de este enero nevado.
Hablar de volver a casa, suena apresurado. Injusto. Porque los días fueron poblados de familiares, amigos y socios con abono de temporada. Gente porfiada en eso de hacerte sentir, cuando hay noches en que no hay mucho más que ofrecer, que esto que soy.
Vendrán horas en autovía hacía una Madrid en blanco y negro que se maquilla de luz de neón para otro viernes a la noche que va a empezar. Con conductores dejando atrás la rutina de la oficina, y acelerando hacía un abrazo que los salve de la crisis. Con un Barajas frío y lleno de gente. Que esquiva perfumes libres de impuestos y lagrimas en equipaje menor a veinte kilos. Colmado de miedos a volar y al futuro.
La azafata de película, me trata de señor y pregunta si necesito algo. “A ella”, confieso. Una Coca Cola y el periódico logran tranquilidad. Me duermo pensando solo y hablando con una pareja de ancianos ingleses. Desean conocer el sur.
Ezeiza no entiende de larga noche sobre el mar y me grita en la cara. Calor y humedad. Con el pasaporte en la mano, me río del tipo de migraciones. Se piensa que con un azul sello de entrada, va a demostrar que me fui durante un tiempo. Me río y pienso en la escritora francesa Yourcenar.
“¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.”

domingo, 15 de marzo de 2009

10 de enero.


Cuenta, Eduardo Galeano en El Libro de los Abrazos, de un mediodía de mar. De sol. De amigos, vino y camarones. Y continúa. “Mientras ocurría, esa alegría estaba siendo ya recordada por la memoria y soñada por el sueño”.
Y es ese el ejercicio que me preocupo por hacer, cuando la tarde se siente con todo el cuerpo. Porque mientras caminábamos el Cantábrico, yo por primera vez y Eva como si lo fuera, el sol pegaba donde había historias. Y alumbraba viejas huelgas de astilleros y veranos en la tranquila playa del Poniente. Del casco antiguo de Gijón y Jovellanos. De zonas de drogas y viejas estaciones de trenes. El seguía allí y estuvo todo el fin de semana de fondo. El Cantábrico.
Tomé la precaución de hacerle una foto que a alguien le iba a gustar a mi regreso.
A doce mil kilómetros de ahí, nacía Sofía. Fue el 10 de enero. Y toda esa alegría va a estar siendo recordada por siempre.

sábado, 14 de marzo de 2009

La Fábrica

(Las chimeneas pierden, su vomito de humo)


Lucía crece todos los días con mi hermana. Y mi hermana con Lucía. A la tarde va a inglés y esta muy orgullosa de habla tres idiomas. El de Shakespeare, español y argentino.
Una de esas mañanas de sábado, en las que interrumpía a abrazos un libro o un desayuno, descubre por la ventana del living un negro humo. Le hablo de la fábrica de nubes. De sus misteriosos operarios y las máquinas que conducen. De su milenaria historia y los reyes que quisieron apropiarse de la receta. La hago participe del secreto, haciéndole jurar que romperlo será fatal para el destino de todos. Se pone seria y asiente. A los diez minutos, vuelve con su madre y hermano. Frente a la ventana explica con detalles de ingeniera. Hoy, están haciendo solo de tormentas.

domingo, 1 de marzo de 2009

Ribadelago II


Eloína no corrió la suerte de sus padres y cuatro de sus cinco hermanos, porque su abuelo estaba enfermo. Su cuerpo no tuvo que ser identificado por sus ropas entre lodo y piedras, porque esa noche toco cuidar del anciano, junto a una de sus hermana. Su abuelo vivía en la parte alta del pueblo. Por eso Eloína hoy, habla de sus nietos e hijos. Sirve café y escucha amablemente las preguntas sobre aquella jornada.
Eloína, en Ribadelago aún es la hija del cartero. Al otro día de la tragedia, sin tomarse tiempo para nada, tomo su saco, y salio a repartir la correspondencia del pueblo como si nada hubiese pasado. No hubo tiempo para preguntas ni lamentos. No hubo tiempo para lagrimas entre tanta destrucción. Creció escuchando a su padre, y la importancia de las cartas en un pueblo de seiscientos habitantes. Alejado de todo. Donde las novedades llegaban a través de esa vía. Respirando en el frío lugar es imposible imaginarse a esta mujer. Esquivando escombros, muerte y agua. Buscando direcciones que ya no existían. Preguntando por familias enteras que fueron enterradas en lo profundo del Lago de Sanabria. Caminando con un saco lleno de cartas y pena. Un día después de haber perdido casi toda su familia.
En un estante del salón hay fotos de sus nietos. A la derecha, sonríe a color una hija recién casada y asoma una antigua revista en blanco y negro. Supongo que quién firma la noticia, habrá quedado sorprendido de la historia y sintió la obligación de trasmitirla. Cincuenta años después, la obligación es mía.

viernes, 13 de febrero de 2009

Especulaciones


Si hoy caminaras por acá, tu voz no estaría sonando cansada al otro lado del móvil. La calle Santa Fe, se plantearía apoyar por última vez el arma en la sien, triste de no verte pasar apurada.
Si esta mañana de frío tu sombra se mezclaba con la de los edificios que rodean la plaza mayor, esta reunión no duraría 25 inviernos y yo estaría pendiente de mi reloj. Cada cinco minutos. Con miedo a que te canses de esperar, en el bar que quedamos.
Tal vez, el Ministro de Economía y Hacienda Solbes, no me aburriría adelante del televisor, si fuese tu ropa la que esta acomodada sobre mi cama. Y no esa pila de toallas limpias, en esta habitación 313. De un vacío tercer piso de hotel.
La presentadora del tiempo, anunciaría días de 18 o 20 grados, si son tus tacos los que retumban en el piso de madera. Yo recomendaría un buen lugar para conocer, y no haría rulos como los que hago. En el margen derecho del cuaderno. Porque el bolígrafo no funciona.
Si hoy estuvieras por acá, yo no estaría esperando que te asomes del otro lado del Puente de Piedra. De piedra, que tanto se te parece.

martes, 10 de febrero de 2009

Llamada.


El teléfono publico de la esquina, funciona a euros, y a ganas de abrazos.
Las putas colombianas bajan sobre la tardecita. Antes de negociar besos, en la larga noche de garitos del barrio de la lana. Preguntan por sus hijos. Enredan su dedo índice en el cable del aparato. Inclinan sus cabelleras tenidas y, mientras pierden su vista en el suelo, sueñan con tardecitas made in García Márquez.
Hay algunos africanos que por la tarde, venden productos tan ilegales, como sus papeles. La policía, mira para otro lado, si el Armani, les es convincente. El sol los empieza a dejar solos, y hablan en algo que suena a francés. Sus amplias sonrisas iluminan la cabina.
Cuentan monedas, unos gemelos de algún lugar de Europa del este. Llegaron hace un par de años, y su acordeón es la banda sonora de las tardes por la Santa Clara. Vi sus rostros en unos afiches por el centro. Están por hacer unos conciertos en la ciudad, y esa será la noticia que alegre a su madre, cuando terminen de contar monedas.
A las seis de la tarde ya es de noche, en este invierno español. A medida que salen de sus empleos la gente se va acercando a la esquina. Y en la fila, esperan -manos en los bolsillos-, la señora portuguesa del hotel, el encargado peruano de un bar y la maestra argentina. Nadie pone mala cara ni apura, si la conversación viene para largo. Todos saben lo importante del momento. Es que en esta cabina, que funciona a euros y abrazos, se festejan navidades y la llegada de nuevos años. Noticias de embarazos y cumpleaños. La muerte también. Avisa al oído con monedas de a veinte céntimos, en esta cabina.
Yo, paso todos los días por esta esquina. Esperando que el teléfono suene. Esperando que sea para mí.

lunes, 2 de febrero de 2009

Ribadelago


La mayoría murió durmiendo. Otros escapando o brindando ayuda. Apenas había pasado la medianoche y por las montañas caían, arrasando con todo a su paso, ocho millones de metros cúbicos de agua. Segundos antes, la presa de Vega de Tera había abierto dos brechas. Una, en su propia estructura. La otra en la memoria del poblado sanabrés de Ribadelago. Fue el 9 de enero de 1959 y murieron 144 personas.
Con pesetas se pagaron a los muertos. 95 mil por hombre. 80 mil por mujer. 25 mil por niño.
Con miedo se pagó el silencio. Nadie acusa en el pueblo a los ingenieros de la hidroeléctrica Moncabril. La administración franquista, lleva sus cuentas al día. Cincuenta años después.
Aquel Ribadelago, vive hoy en conversaciones. Esta habitado por escombros y fantasmas. Pequeños de manos embarradas, te señalan donde jugaban, o donde no despertaron jamás. Mujeres piden abrigo por las calles vacías. Los 18 grados bajo cero de esa noche, aún les duele en el cuerpo. Hay tipos que se siguen buscando. Escuchan que alguien los llama en la puerta de alguna casa. Temen no poder ir, temen ya no estar ahí.
Y es que todo gira alrededor de agua derramada cuando se habla de Ribadelago. La que ayer destruía una presa y muchas vidas, hoy devuelve historias. Humedeciendo los ojos de quiénes recuerdan. Ya no arrastra desesperación y ahogados gritos de ayuda. Salpica recuerdos, y corre la tinta negra de este cuaderno.

Casa


Esta lejos de donde pensábamos pensar. Pero optamos por decirle casa. Porque adentro se escuchan charlas en rosarino original, y en la cocina hay una foto de Julio Sosa.
Le decimos casa, porque una noche, el aroma de empanadas fue invadiendo el cuarto piso, y nos quedamos sin hielo para el fernet. Porque vienen a cenar familiares, amigos y socios con abono por temporada. Y decimos que pasen por casa, que vamos a estar ahí.
Si, casa. Porque nos resulta cómodo y porque esta noche nos quedamos hasta tarde, viendo una de Darín en la Dos.
En sus paredes, cuelgan fotos de otros que nos fueron formando, y nos hicieron lo que hoy somos. Por eso, pueblan las paredes de esta casa.
Si la sentimos tan casa, es porque en los estantes del salón hay un libro de Sábato, y los domingos se escuchan tangos de Adriana Varela desde la planta baja.
Es bueno justificar que no usamos cualquier palabra para referirnos a este lugar. Decimos casa, porque se extraña, de uno y otro lado del teléfono. De móvil a celular.
Es casa, porque el contrato con la inmobiliaria lo firmo ella, y los impuestos vienen a su nombre. Pero también, porque a la tarde se toma mate, porque hay una lamina del Monumento a la Bandera apunto de ser colgada, y porque nomás girar la “lliave” que abre la puerta, vuelve a ser “shave” que dejamos arriba de la mesa.
Es casa. Porque en esta noche que nieva afuera de sus ventanas yo estoy abrigado, a bordo de mi cabeza, cruzando sin mirar la calle Sarmiento.
Vivo en el numero siete.

miércoles, 21 de enero de 2009

Crísis


Los momentos de crisis agudizan la imaginación. Los tres millones de parados en España le ponen número a la portada de El País. En las puertas de la Oficina de Empleo, el noticiero de Antena 3 muestra la cara del monstruo, de frente y a las dos de la tarde.

El resto, los que aún conservan su trabajo, siguen llenando los bares del centro cuando finaliza el día. Y hasta la barra del Avalon llegaron estos cuatro mariachis, después de andar haciendo rancheras por ahí. Con sus trajes e instrumentos. Con sus penas y sombreros.

Sobraron las presentaciones para que la palabra más nombrada en estos días haga eje en la conversación. Nuestras actas de nacimiento, hablaban de lo mucho que sabemos del tema.

La conversada noche, esa que empieza a las seis de la tarde (en este impensado invierno de diciembre) solo se veía interrumpida por hombres-víctimas de otra crísis que no ocupa lugar en ningún períodico. Las del corazón. Llegaban hasta los músicos de a dos o tres condenados. Y pedían una para la morocha más guapa del bar, o cualquier bolero para la de falda bordada. El más desesperado gritaba, y se arrodillaba. Exigía “Si nos dejan”, para una rubia que se ponía el abrigo, con el rimel aún humedecido.

Con los músicos fuera de su horario de trabajo, agudizaban la imaginación los hombres-víctimas. Y ofrecían lo que no tenían por algunos acordes. Sobre la mesa, dinero. Testamentos, llaves de coches alemanes. Cheques en blanco. Por último, y sin fe, una ronda de cubatas.

Salí del bar caminando a esta ciudad de piedra, sin conocer al mariachi que se negara a cantar frente a una dama, cuando la causa era noble. Y mucho menos al que dijo no, ante una copa en la barra.

Aquí


“Los incautos son hijos del país”, decía González Tuñon. Enrique González Tuñon. Y continuaba. “El argentino –por ejemplo- quiere deslumbrar a París con su elegancia, es el inventor de la gomina”

Mi criollo plan después de dos años de no estar, era sorprenderla. Opte por llegar de mañana a esta ciudad de parpados caídos. Bien temprano, casi de noche, para agarrarla desprevenida y despeinada, tomando café.

Fue imposible. Zamora es mujer, y siempre termina sorprendiéndome. A las pocas horas me hizo salir de la habitación del hotel, para mostrarme la nieve, que yo no conocía. Y después me abrazaba esta ciudad, con los brazos prestados de quienes la habitan ocasionalmente. Y me explicaba, con tono de maestra que las distancias no existen. Y que el tiempo, es algo loco, un tópico temático, para que las viejas hablen en la peluquería o en la fila del supermercado.

Y ya salí a caminarla. A perderme por sus callecitas de laberinto. A mojarme con su Duero o tomarme un buen tinto en sus oscuros garitos. En uno de esos paseos, le confesé que los lunes al mediodía, en la esquina de San Luis y Corrientes, me daba por pensar en ella y en este silencio.