miércoles, 27 de agosto de 2008

Bomba.



Duele la espalda. La mochila ya esta cargada, y no se puede perder en algún aeropuerto o pedir una ayuda por su peso. No se puede abandonar. Se camina, se duerme, se vive con ella. Lleva el explosivo, el de todos los días. Que estalle es cuestión de tiempo.
No es ningún loco con turbante, el que dio la orden. Es el café con gusto a humo de todas las mañanas, es la ceniza en el cielo, y el fuego sobre el río.
No se encuentran iniciales de TNT en la dinamita de la mochila. Esta vez, son los días en que vivimos, el cargamento. Son los piquetes, las marchas, los accidentes en circunvalación. Las discusiones. Contra la radio, los precios, con los jefes de la falsa sonrisa, en los semáforos, con los profesores que nunca fueron estudiantes en la universidad del paro.
La mochila nos hace transpirar, y ante cualquier ruido, cerramos los ojos y nos preparamos para el final. Nos pesa. La inflación, lo que pagamos en el supermercado. Los que pagamos. Los platos rotos, los miedos ajenos, los errores propios.
El peso hace recordar todo aquello que se extraña. Esa risa, ese abrazo, esa charla. Se extraña. A doce mil kilómetros, a cuatro horas y a tres cuadras. Se va a seguir extrañando, el peso no se va.
Todo el mundo mira, y entre el griterío se espera la señal. Es imposible, transpiran las manos, mientras se hace esfuerzo por escuchar. Hay bocinazos, insultos, camiones de la basura, obras en construcción, veredas en destrucción. Discursos frente a aplausos pagos, suicidas ahorcando sueños en la plaza de la catedral. La policía sabe que es lo que cargo en la mochila.
Un padre muere ante los hijos. Siempre juró que ante una situación así, les daría todo y no se resistiría. Para los dueños de la vida, todo es nada. Disparan, y se van.
La mochila es insoportable, y de todos los días. Va a explotar. Y como la joven en Irak, buscamos desesperadamente, esa persona que con una mirada, nos la saque de encima.
Se sabe, por la calles de Rosario, que el mismo viento que despeina rubias, es el mismo que levanta el polvillo del desierto, en los caminos bombardeadas de Baquba. Es viernes y ella se queda hablando hasta tarde conmigo. No lo sabe y, sin hacerlo, toma la pinza y entre la maraña de cables, conoce de memoria cual es el que debe cortar. Como en las películas. Como en el último lunes de agosto, de aquel lejano Irak.

martes, 12 de agosto de 2008

Fieras




Por suerte, insistencia o buen tipo, Maximiliano Rodríguez es jugador profesional de fútbol.
Hoy, por suerte, insistencia o buen tipo, logró que el Atlético de Madrid, club español en donde juega, donara al Hogar de Madres Solteras de Rosario, más de medio millón de pesos.
Los taxistas se acuerdan de un gol a México, en el último mundial de Alemania, para hablar de “La Fiera” Rodríguez, mientras que las madres solteras del hogar en cuestión, sueñan con que sus hijos pateen una pelota como él.

miércoles, 6 de agosto de 2008

A la oficina.



Es cerca de las dos de la tarde, y esta sentado en la barra de un bar. Con una mano apura el último bocado mientras que con la otra, sostiene la corbata evitando lo que tarde o temprano llegará. Las manchas de aceite no salen.
Pasa a la última pagina del diario Busca el horoscopó. Espera la señal cósmica. Simula tranquilidad. No hay tiempor para digestión, sabe lo que va a venir. Pagará, guardará el cambio, y a hacer el ridículo nuevamente. Otra vez la maldita galería comercial, la mejor cara de sorpresa ante la oferta de jabones con forma de frutas, y a rezar por un cruce de miradas desde atrás de la vidriera.
Del otro lado del mostrador, ella. Es rubia, perfecta, y murmulla por lo bajo cuanto odio le tiene a los lacanianos. Mientras los anteojos de marco tan negros como gruesos, hacen equilibrio sobre su nariz, marca una frase sobre un viejo apunte de psicología. Solo se detiene para imaginar un podio con los trabajos más aburridos del planeta. El suyo ocupa el tercer lugar y planea huidas al sur. De ninguna manera se entera del tipo de la corbata manchada.
El, que desde hace veintidós días reconoce esa vidriera de memoria, finge entusiasmo ante la oferta de los jabones-frutilla y huye por vigésimo tercera vez, con las manos vacías. Tras mirar su reloj dejará la cuestión en las manos de un, “por ahí, mañana”.
Se irá caminando con la cabeza en cualquier lado rumbo a la oficina. Mirará el nombre de la galería, y amenaza con agregar la palabra “infinito”, al final del verde cartel luminoso.
Al salir, chocará con otro hombre. Con el traje recién planchado, afeitado y perfumado, este ingresa casi corriendo a la galería. Se detiene en el farma shop. Su destino pasa por una caja de curitas, al lado de unos quita esmaltes en oferta.
Dentro del local, una morena habla por teléfono.