sábado, 15 de noviembre de 2008

Subte


Supongo que con el tiempo vendrán las respuestas, de porque viajé a Buenos Aires ese viernes.
Sobre la vereda, se escucha la balacera diaria. Y todos corren desesperados. Armados con maletines y sin cascos, agitados alcanzan el ingreso del subte como la trinchera de los aliados. Entonces, te veo arrinconada leyendo a Girondo en un viejo vagón de la línea A. Entre tipos que te miran disimuladamente. Sos completamente vos, cuando pasas de página, y escribís frases cortitas al margén, con un lápiz sin punta. Que tras ser lápiz, vuelve a ser broche de tu pelo enredado. Y me mirás, y me elegís a Cesar Vallejos, a Girondo, o González Tuñon, porque crees que me va a gustar, y tienes razón. Y me contas, con entusiasmo que este es peruano, que aquel viajo a Paris sin un mango, y el de la tapa del libro negro, es un burgués de vacaciones. Y lo relees. Y no crees que escriba eso en los años treinta. Y yo no creo estar ahí. Y pasan las estaciones. Pasco, Congreso, Sáenz Peña, Lima. Y ya no se donde bajarme. Porque no se como despedirme.
En Buenos Aires, siempre es hora pico. Las puertas del subte dejan entrar y salir gente. Sin excusas, suelta las manos y brinda otras. Y entre un oficinista y una estudiante de derecho, desapareciste. La lucidez, entre parpadeo y parpadeo, me dice que no eras vos. Acá todo el mundo ladra, y a vos te asustan los perros. Vos no eras. Si a vos te gusta ir sobre el empedrado de Montevideo, y en el subte se va por debajo. No, no eras vos. Acá, sacan boleto las mujeres terrestres y vos, sabes volar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cruz Roja

"Cruz Roja" de lu6fpj Facundo Fernández, en Flickr

Mientras cruzaba la niebla y la arena del stand de Siria, recordaba como es que había dado con el misterioso mapa. Fue el encargado del edificio, quien me dio el dato en el ascensor, en un viaje de planta baja al quinto. La existencia de un mapa, el dato del tesoro buscado por todos los hombres, la gran cruz roja, y pocos detalles más para emprender la inmediata búsqueda.
Ya subiendo por Laprida, recuerdo los riesgos que enfrenté de cara a aquel beduino. Las indirectas acerca de mi objetivo, la negativa a primera instancia del vendedor, y la compra de una ensalada de frutas para que accediera al intercambio. Antes de salir de las Colectividades, el tipo me aseguro que el mapa traía grandes penas consigo, que muchos marinos habían estado tras la gran cruz roja y nunca más se había vuelto a oír de ellos.
Nada me importaba. Apurando el paso hacía la cruz indicada, mi corazón se salía del pecho. Podía ver en mi mente otra vez su cara. Esa cara que me quitaba el sueño una y otra noche. Le diría con detalles como fue que volví a dar con ella. De este ajado mapa, del beduino, de mi viaje por Siria, de esta noche de calor. Practicaba las palabras justas, no podía dejar nada al azar.
A unos metros del lugar indicado, volví a ver el mapa. 1553. Golpee la puerta y tras unos eternos segundos, una pálida anciana, abrió lentamente. Sin comas y de una exhalación, me presente, agité como un loco la amarillenta cartulina y trate de invadir el amurallado lugar.
La señora comenzaba a hablar. Parecía saber el guión, de otras veces. Daba la impresión, de haber estado en esa escena eternamente.
Puso su mano en mi hombro, y juró que no iba a mentir. El stand, no existía. Era atendido por cordobeses. El mapa, se podía comprar arriba de cualquier 145 junto a una birome mágica, o un destornillador. Ese lugar marcado por la cruz roja, era efectivamente la Cruz Roja, y el tesoro que roba mis noches fue secuestrado hace seis años.
Volviendo por Pellegrini, tiré el mapa en un cesto. Sacudí la arena de mis zapatillas y maldije mi nombre.

martes, 11 de noviembre de 2008

Plaza Sarmiento

"Plaza Sarmiento", de gataflora's photostream, en Flickr

Confirman los mozos del bar “Los siete billares”, que uno de los suicidios preferidos por los rosarinos es cruzar la plaza Sarmiento de madrugada. Alrededor de las pocas farolas que alumbran siniestramente el lugar, entre sus árboles habitan vagabundos, borrachos, pequeños rateros y hombres abandonados. Aguardan por sus victimas de ocasión. Son tan parte de la estación céntrica, como el puesto de comidas, el mal humor de los colectivos, su fuente, o el mismísimo olor a baño del lugar.
Advertidos de su suerte la gente gambetea pasar ahí, como quién esquiva un trámite en alguna administración pública. Entonces, la fauna del lugar pasa el tiempo compartiendo el vino, soñando besos, envidiando amores ajenos o recordando viejas navidades.
Cansados de ir y venir. De agotar días. De mirar el piso. Todas las noches se buscan en la plaza Sarmiento. Están esperando cualquier colectivo, que los deje bien.