lunes, 2 de febrero de 2009

Ribadelago


La mayoría murió durmiendo. Otros escapando o brindando ayuda. Apenas había pasado la medianoche y por las montañas caían, arrasando con todo a su paso, ocho millones de metros cúbicos de agua. Segundos antes, la presa de Vega de Tera había abierto dos brechas. Una, en su propia estructura. La otra en la memoria del poblado sanabrés de Ribadelago. Fue el 9 de enero de 1959 y murieron 144 personas.
Con pesetas se pagaron a los muertos. 95 mil por hombre. 80 mil por mujer. 25 mil por niño.
Con miedo se pagó el silencio. Nadie acusa en el pueblo a los ingenieros de la hidroeléctrica Moncabril. La administración franquista, lleva sus cuentas al día. Cincuenta años después.
Aquel Ribadelago, vive hoy en conversaciones. Esta habitado por escombros y fantasmas. Pequeños de manos embarradas, te señalan donde jugaban, o donde no despertaron jamás. Mujeres piden abrigo por las calles vacías. Los 18 grados bajo cero de esa noche, aún les duele en el cuerpo. Hay tipos que se siguen buscando. Escuchan que alguien los llama en la puerta de alguna casa. Temen no poder ir, temen ya no estar ahí.
Y es que todo gira alrededor de agua derramada cuando se habla de Ribadelago. La que ayer destruía una presa y muchas vidas, hoy devuelve historias. Humedeciendo los ojos de quiénes recuerdan. Ya no arrastra desesperación y ahogados gritos de ayuda. Salpica recuerdos, y corre la tinta negra de este cuaderno.

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