domingo, 1 de marzo de 2009

Ribadelago II


Eloína no corrió la suerte de sus padres y cuatro de sus cinco hermanos, porque su abuelo estaba enfermo. Su cuerpo no tuvo que ser identificado por sus ropas entre lodo y piedras, porque esa noche toco cuidar del anciano, junto a una de sus hermana. Su abuelo vivía en la parte alta del pueblo. Por eso Eloína hoy, habla de sus nietos e hijos. Sirve café y escucha amablemente las preguntas sobre aquella jornada.
Eloína, en Ribadelago aún es la hija del cartero. Al otro día de la tragedia, sin tomarse tiempo para nada, tomo su saco, y salio a repartir la correspondencia del pueblo como si nada hubiese pasado. No hubo tiempo para preguntas ni lamentos. No hubo tiempo para lagrimas entre tanta destrucción. Creció escuchando a su padre, y la importancia de las cartas en un pueblo de seiscientos habitantes. Alejado de todo. Donde las novedades llegaban a través de esa vía. Respirando en el frío lugar es imposible imaginarse a esta mujer. Esquivando escombros, muerte y agua. Buscando direcciones que ya no existían. Preguntando por familias enteras que fueron enterradas en lo profundo del Lago de Sanabria. Caminando con un saco lleno de cartas y pena. Un día después de haber perdido casi toda su familia.
En un estante del salón hay fotos de sus nietos. A la derecha, sonríe a color una hija recién casada y asoma una antigua revista en blanco y negro. Supongo que quién firma la noticia, habrá quedado sorprendido de la historia y sintió la obligación de trasmitirla. Cincuenta años después, la obligación es mía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te felicito por el compromiso que tenes, desde el lugar en que estas. Estas historias son parte de la memoria de todos,
gracias por recuperarlas, y que llegue a otros.
abrazos