domingo, 22 de marzo de 2009

Romeo y Julieta.


El 29 de enero de 1529 William Shakespeare nos hacía caminar por Verona, y ser los terceros. Testigos en cuestión, entre tantos Montescos y Capuletos. Romeo y Julieta, llevaban las historias de amor, más allá de la vida. Más allá de la realidad.
En el año 1943, un grupo de jóvenes entusiastas rosarinos trajo la obra al Teatro Scala, hoy Mateo Booz. Disfraces cedidos por familias adineradas de la época, guiones adaptados a las carencias de eses y, giros lunfardos lograron sobre las tablas un realismo absoluto en su primer y única función.
En uno de los palcos laterales del teatro, se ubicaba el padre de una de esas familias bien. El señor Guspí había cedido en la gala varios vestidos de época, dinero para el alquiler de la sala, y a su hija menor. Julieta era la indicada para el papel. Por belleza, por ese “noseque” y principalmente por las esenciales donaciones de su padre.
Poco habituados al teatro y a la distinción entre realidad y ficción, los hombres del lugar pedían desesperados un médico para la bella Julieta tras la última línea de la obra. Tropezaban sobre el escenario con los ojos llorosos y puños armados. Su padre se vio obligado a interceder en medio del caos. Aclaraba que la joven estaba bien, a la sorprendida platea. Pero no fue suficiente.
Tras la interpretación, valientes caballeros cruzaban la ciudad, para pedir por la bella Julieta, quién asustada no se asomaba a su balcón de la calle Buenos Aires. Ofrecían viajes a rincones exóticos del mundo. Grandes herencias, lujosos autos. Vidas por su mirada. Nada de esto alcanzaba.
Julieta pasó los días mirando hacia adentro. Lejos de la calle y de alaridos de los muchachos solitarios. Sus salidas eran ínfimas. Empezó por faltar a misa de domingos. Las clases de teatro, continuaron sin su presencia. En el colegio ya nadie la esperaba.
Su familia, no tomo recaudos en cuidar de su pequeña, hasta que se mudaron del lugar un tiempo después.
De la historia solo queda un balcón. En el primer piso de Buenos Aires 1363. Lo hizo construir su padre.
Los abuelos recomiendan levantar la mirada, si es que el colectivo pasa despacio por el lugar. Si es que el domingo se presta para caminar y ella no nos esquiva con alguna excusa. En el lugar, continúan incansables. Desafiantes. Tres guardianes que rompen con las intenciones de los ocasionales romeos y cuidan de la realidad, a la bella Julieta.

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