jueves, 16 de julio de 2009

Invierno.

Foto de Pablo D. Flores, en http://upload.wikimedia.org/
El frío abre a patadas la puerta de la Bolsa de Comercio. Esquiva los manotazos de los hombres de seguridad del edificio, y escapa. Baja los escalones de la esquina de a dos, a los saltos. De a poco se hace dueño de la ciudad. Por esta invasión, migran las aves, los mendigos de la plaza Pringles y los vendedores de helados en bicicleta.
Por Presidente Roca, Paraguay y Corrientes caminan ojos. Si, ojos. Perdidos entre tanto abrigo negro, marrón y azul oscuro. De los árboles caen las últimas hojas y de los edificios los últimos suicidas.
Cuando ya se pierden las esperanzas y solo queda esperar la fría muerte, Borsalino anuncia sus rebajas de temporada en botas. Entonces, las secretarias, abogadas y telefonistas del banco salen contentas con sus bolsas gigantes, llenas de zapatos nuevos. Y sonríen tanto, que sus risas derrite el hielo de la peatonal. Y uno que iba caminando por ahí, tiritando, no puede dejar de acercarse y frotarse las manos delante de ellas. Dicen los viejos, que el calor que se logra, es el de todas las camas del mundo los lunes, cuando se esta a punto de abandonarla. Ese es el calorcito que largan estas mujeres, felices por las rebajas de Borsalino.
Y sino supiera su respuesta de antemano, le digo. Confieso que me llevaría conmigo, a esa rubiecita que camina rápido por Córdoba. Mirándose de reojo en todas las vidrieras y arreglándose el pelo. La llevaría a mi casa, porque el invierno es largo. Y aumentó el gas.

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