jueves, 23 de julio de 2009

23 de julio.


A todos los que vienen siguiendo este humilde caminito de tinta, muchas gracias. Un año ya, con la misma birome.

domingo, 19 de julio de 2009

2 años




Mal, pero acostumbráu.

jueves, 16 de julio de 2009

Invierno.

Foto de Pablo D. Flores, en http://upload.wikimedia.org/
El frío abre a patadas la puerta de la Bolsa de Comercio. Esquiva los manotazos de los hombres de seguridad del edificio, y escapa. Baja los escalones de la esquina de a dos, a los saltos. De a poco se hace dueño de la ciudad. Por esta invasión, migran las aves, los mendigos de la plaza Pringles y los vendedores de helados en bicicleta.
Por Presidente Roca, Paraguay y Corrientes caminan ojos. Si, ojos. Perdidos entre tanto abrigo negro, marrón y azul oscuro. De los árboles caen las últimas hojas y de los edificios los últimos suicidas.
Cuando ya se pierden las esperanzas y solo queda esperar la fría muerte, Borsalino anuncia sus rebajas de temporada en botas. Entonces, las secretarias, abogadas y telefonistas del banco salen contentas con sus bolsas gigantes, llenas de zapatos nuevos. Y sonríen tanto, que sus risas derrite el hielo de la peatonal. Y uno que iba caminando por ahí, tiritando, no puede dejar de acercarse y frotarse las manos delante de ellas. Dicen los viejos, que el calor que se logra, es el de todas las camas del mundo los lunes, cuando se esta a punto de abandonarla. Ese es el calorcito que largan estas mujeres, felices por las rebajas de Borsalino.
Y sino supiera su respuesta de antemano, le digo. Confieso que me llevaría conmigo, a esa rubiecita que camina rápido por Córdoba. Mirándose de reojo en todas las vidrieras y arreglándose el pelo. La llevaría a mi casa, porque el invierno es largo. Y aumentó el gas.

miércoles, 1 de julio de 2009

Ah1n1.


El vigilante de la esquina ya me lo había comentado en la pizzería del barrio, la noche de San Juan. De a poco, la noticia empezó a hacer ruido en medios locales.
Los misteriosos asesinatos ocurridos en los últimos días, hicieron pensar lo peor en las máximas autoridades de la ciudad. Las pruebas recogidas por científicos forenses de la policía y la saña en los cuerpos irreconocibles, que iban llegando a la morgue municipal, solo mostraban un único camino. La Logia del Barbijo, había regresado.
Fundamentalistas de la salud. El origen de este grupo se remonta a la edad media, donde arrojaban niños mal formados a precipicios, o quemaban vivos a victimas de enfermedades que consideraban malditas. Con la creación en Ginebra de la Organización Mundial de la Salud, en 1948, muchos pensaron que el grupo de fanáticos se había disuelto. Los últimos hechos, demostraron lo contrario.
El jueves por la tarde, un 153 rojo se detuvo en avenida Pellegrini. El chofer logró escapar y refugiarse en un bar. Otros pasajeros corrían, lloraban o se desmayaban. Cuando dos miembros del comando radioeléctrico se acercaron cautelosos al vehículo, la escena era estremecedora. Una mujer había sido despellejada viva en el asiento de atrás. El motivo, un estornudo.
En el Coto de calle Urquiza un hombre y su pequeño hijo encontraron la muerte. Fueron lapidados con latas de duraznos y hongos. Y tomate. En cuanto el mayor intento sacar un pañuelo de su abrigo. En la plaza 25 de mayo, varios cuerpos aparecieron colgados de los postes de luz. A todos, se les había arrancado la nariz. Sin más.
Hasta ayer, el panorama de la ciudad, era desolador. Todas las estatuas, habían amanecido con un barbijo sobre sus cuerpos de bronce. San Martín en la plaza de Jefatura. Las imágenes de Lola Mora en el Pasaje Juramento, Olmedo en la estación Rosario Central y hasta el Che detrás de la cancha de Central Córdoba, en 27 de Febrero. Las farmacias, fueron saqueadas y la Catedral incendiada con algunos feligreses dentro. La esperanza es poca. Por Boulevard Oroño las parejas ya no caminan abrazadas y sus palmeras se mueren de soledad.
Escribo esto, sobre un pañuelo descartable y lo abandono en la mesa de un café. Tengo los ojos llorosos y los acodados en la barra comienzan a inquietarse. El cosquilleo en mis fosas nasales, anuncia el fin. El mozo me señala disimuladamente. Escucho el ruido de varias sillas que se arrastran a la vez. Sombras que se acercan violentamente. Si, son las mismas máscaras de las que hablaba el periódico. Vienen por mí.