lunes, 15 de diciembre de 2008

Maleta



Descaradamente solo a once mil pies de altura. Girondo en el bolso de mano. Enredado entre charlas francesas, italianas y alguna parte de Alemania. Vuelvo a mirar las maletas y no me olvido de nada. Vuelvo a cerrar los ojos y no me olvido de nada.

martes, 2 de diciembre de 2008

Necesidades

...Despúes de la foto y de la moneda, el viejo me guiño el ojo...


Es martes temprano, y hace frío por ser diciembre. Rosario amanece repleto de necesidades. Por ejemplo, en España y Rioja un taxista necesita cambio de cien, mientras la pasajera espera de mala gana. En un estudio de abogados de calle Paraguay, el doctor, necesita urgentemente un legajo aburrido sobre su escritorio. Su secretaria necesita vacaciones en cualquier lado. El cajero del banco Municipal necesita dejar de fumar y fuego, que le brinda el policía de la garita.
En el pasaje Álvarez, un contador necesita leer una buena noticia en el diario, que lo lleve a una playa. A dos cuadras de ahí una rubia necesita toda una tarde con su perra en el parque. También necesita que paren las llamadas que atiende desde Catamarca o Jujuy.
Arriba de un 101, una embarazada jovencita necesita un asiento y detrás de la ventanilla, una parejita en uniforme de escuela, se necesitan.
Por calle Sarmiento, y en una habitación del Pami llena de sombras, un hombre necesita despedirse de su mujer. Ya no puede hablar, le dice que la va a extrañar apretando fuerte su mano a la de ella.
Cerca del ciego que necesita ver a la dueña del perfume que lo hace soñar a colores, en San Martín y Córdoba hay varias necesidades frente a frente.
Arrodillado en el piso, un pibe necesita de un abuelo. Aunque sea de goma espuma. No le importa. Necesite que el abuelo le cuente historias viejas. Que le silbe tangos de Julio Sosa, y tenga los bolsillos siempre llenos de caramelos. Que lo lleve al parque Independencia y lo haga reír.
Frente a él, un artista callejero necesita del pibe. Necesita que alguien crea en su magia, para que el clima aparezca. Para que la gente apague el celular y se quede a escuchar al viejo. Y el pibito lo logra.
Y yo, que a veces me despierto descreído de todo, necesitaba de encontrarme con algo así. Una fría mañana de diciembre, como esta. Me quedé a escuchar al abuelo del pibe, y a comer caramelos. La cámara, justo estaba en mi bolso.

Agenda



La amarillenta nota fue hallada por una mucama, la primera en encontrar el cuerpo. Se supo que de joven, el tipo había estado alojado en el hotel, con una rubia champagne. Ella lo había dejado una noche como esa, pero de varias décadas atrás. La Capital del día siguiente publicó la carta sin nombres ni fechas, por expreso pedido de la familia.

“Alguna noche, en treinta o cuarenta años, voy a regresar. Sin la carga de mi dudoso buen gusto y con el perdón de los años, haré dos cosas. Usar sombrero y empezar a fumar. Después de estar haciendo cosas por ahí, buscaré la forma de escapar de esas caras nuevas que van a burocratizar esa vida que estaré llevando. Voy a caminar por esta misma subida. Maldiciendo ese mismo dolor de rodilla que la primera noche te ofendió.
Me alojaré en este mismo hotel, bajo la única condición de tener la mejor habitación. Durante la cena, cuando el salón este lleno de turistas extranjeros, de murmullos internacionales y de mozos sin descanso, voy a atravesar ese comedor y me sentaré al piano. En cinco minutos y veintiocho segundos, voy a desarrollar lo aprendido con la Señora Ana, durante los últimos 7 años. Ya nunca más mis manos tocarán de nuevo. Voy a pedir un brindis por vos, y por esa noche. De hace treinta, o cuarenta años atrás.”


Nota: Al enterarse de la historia en el diario, todos hicieron la misma pregunta sobre esa noche. Los mozos con más antigüedad del lugar, tararearon algo así, como respuesta…
http://www.youtube.com/watch?v=TbXO4cD2TLo&feature=related

sábado, 15 de noviembre de 2008

Subte


Supongo que con el tiempo vendrán las respuestas, de porque viajé a Buenos Aires ese viernes.
Sobre la vereda, se escucha la balacera diaria. Y todos corren desesperados. Armados con maletines y sin cascos, agitados alcanzan el ingreso del subte como la trinchera de los aliados. Entonces, te veo arrinconada leyendo a Girondo en un viejo vagón de la línea A. Entre tipos que te miran disimuladamente. Sos completamente vos, cuando pasas de página, y escribís frases cortitas al margén, con un lápiz sin punta. Que tras ser lápiz, vuelve a ser broche de tu pelo enredado. Y me mirás, y me elegís a Cesar Vallejos, a Girondo, o González Tuñon, porque crees que me va a gustar, y tienes razón. Y me contas, con entusiasmo que este es peruano, que aquel viajo a Paris sin un mango, y el de la tapa del libro negro, es un burgués de vacaciones. Y lo relees. Y no crees que escriba eso en los años treinta. Y yo no creo estar ahí. Y pasan las estaciones. Pasco, Congreso, Sáenz Peña, Lima. Y ya no se donde bajarme. Porque no se como despedirme.
En Buenos Aires, siempre es hora pico. Las puertas del subte dejan entrar y salir gente. Sin excusas, suelta las manos y brinda otras. Y entre un oficinista y una estudiante de derecho, desapareciste. La lucidez, entre parpadeo y parpadeo, me dice que no eras vos. Acá todo el mundo ladra, y a vos te asustan los perros. Vos no eras. Si a vos te gusta ir sobre el empedrado de Montevideo, y en el subte se va por debajo. No, no eras vos. Acá, sacan boleto las mujeres terrestres y vos, sabes volar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cruz Roja

"Cruz Roja" de lu6fpj Facundo Fernández, en Flickr

Mientras cruzaba la niebla y la arena del stand de Siria, recordaba como es que había dado con el misterioso mapa. Fue el encargado del edificio, quien me dio el dato en el ascensor, en un viaje de planta baja al quinto. La existencia de un mapa, el dato del tesoro buscado por todos los hombres, la gran cruz roja, y pocos detalles más para emprender la inmediata búsqueda.
Ya subiendo por Laprida, recuerdo los riesgos que enfrenté de cara a aquel beduino. Las indirectas acerca de mi objetivo, la negativa a primera instancia del vendedor, y la compra de una ensalada de frutas para que accediera al intercambio. Antes de salir de las Colectividades, el tipo me aseguro que el mapa traía grandes penas consigo, que muchos marinos habían estado tras la gran cruz roja y nunca más se había vuelto a oír de ellos.
Nada me importaba. Apurando el paso hacía la cruz indicada, mi corazón se salía del pecho. Podía ver en mi mente otra vez su cara. Esa cara que me quitaba el sueño una y otra noche. Le diría con detalles como fue que volví a dar con ella. De este ajado mapa, del beduino, de mi viaje por Siria, de esta noche de calor. Practicaba las palabras justas, no podía dejar nada al azar.
A unos metros del lugar indicado, volví a ver el mapa. 1553. Golpee la puerta y tras unos eternos segundos, una pálida anciana, abrió lentamente. Sin comas y de una exhalación, me presente, agité como un loco la amarillenta cartulina y trate de invadir el amurallado lugar.
La señora comenzaba a hablar. Parecía saber el guión, de otras veces. Daba la impresión, de haber estado en esa escena eternamente.
Puso su mano en mi hombro, y juró que no iba a mentir. El stand, no existía. Era atendido por cordobeses. El mapa, se podía comprar arriba de cualquier 145 junto a una birome mágica, o un destornillador. Ese lugar marcado por la cruz roja, era efectivamente la Cruz Roja, y el tesoro que roba mis noches fue secuestrado hace seis años.
Volviendo por Pellegrini, tiré el mapa en un cesto. Sacudí la arena de mis zapatillas y maldije mi nombre.

martes, 11 de noviembre de 2008

Plaza Sarmiento

"Plaza Sarmiento", de gataflora's photostream, en Flickr

Confirman los mozos del bar “Los siete billares”, que uno de los suicidios preferidos por los rosarinos es cruzar la plaza Sarmiento de madrugada. Alrededor de las pocas farolas que alumbran siniestramente el lugar, entre sus árboles habitan vagabundos, borrachos, pequeños rateros y hombres abandonados. Aguardan por sus victimas de ocasión. Son tan parte de la estación céntrica, como el puesto de comidas, el mal humor de los colectivos, su fuente, o el mismísimo olor a baño del lugar.
Advertidos de su suerte la gente gambetea pasar ahí, como quién esquiva un trámite en alguna administración pública. Entonces, la fauna del lugar pasa el tiempo compartiendo el vino, soñando besos, envidiando amores ajenos o recordando viejas navidades.
Cansados de ir y venir. De agotar días. De mirar el piso. Todas las noches se buscan en la plaza Sarmiento. Están esperando cualquier colectivo, que los deje bien.

viernes, 31 de octubre de 2008

En taxi a Peumayen


Todo empezó con un error. Su agenda abierta en mi cama, el café muy caliente, mi curiosidad, y un lunes de junio marcado con rojo. Até cabos camino a la oficina y para la tarde, ya tenía la situación desparramada sobre la mesa. El tipo por fin iba a dar la cara.
Sabía por amigas de ella, que el tiempo que no pasaba conmigo, lo pasaba con él. Le gustaba salir a correr, con su voz al oído. Se dormía tarareando canciones y remarcando zetas en estribillos. De vez en cuando, alguna foto se colaba entre sus cosas, pero nunca me anime a preguntar. El tipo iba a dar la cara ese maldito lunes.
Difícil la salida. Reuniones con amigos. Lo esperamos y le damos una paliza. Secuestramos a su guitarrista. Nos vemos de fiesta con ese Bergia, amigo suyo. Sacas las entradas, y lo enfrentas como hombre. Sacó las entradas y lo enfrento como hombre.
El taxi por Laprida hasta la puerta del teatro, tuvo la tensión de una oficina durante la guerra fría. Cualquier palabra, una coma de más, un mensaje de texto sin explicación y todo estallaría.
Llegamos al Círculo y nos acomodamos. Me sentí un imbécil. La estaba ofreciendo a cuatro filas de él, como en un ritual pagano. Ella, jodida y radiante, no paraba de reír. Seguramente estaba planeando esta huida, desde hace tiempo.
Segundos antes de pararme e irme dignamente, salió a escena. Se miraron. Podrán decir que se mira sin mirar, pero yo se que se miraron. Me vio. Me reconoció e hizo bajar la luz. Para disimular su fallido encuentro (como llamarlo fracaso), canto durante casi tres horas. Para disimular que su concierto fue muy bueno y mantener las distancias, la miré y le dije: “Bien, este tal Aute”. "Es Serrano", respondío seria. La abraze y me reí.

Reemplazos


En un colegio secundario de zona sur, Julieta, reemplaza a la profesora de Literatura y el digital celular, a la tinta que mancha. El frío reemplaza a las estufas y en el aula, la cumbia hace ya mucho que reemplazó a la lectura.
Julieta sabe de esto y reemplaza a los autores clásicos del programa, por una lista que incluye a Dolina, Fontanarrosa, y Soriano. El tercero b, turno mañana, hace rimas groseras con el último autor, y exige el reemplazo de la reemplazante, por hora libre.
Esa misma noche Julieta reemplaza sus sueños de novelista y apuñala, con su almohada, a un alumno de la tercera fila.
A la mañana siguiente, es la directora del colegio secundario de zona sur la que hunde su puñal en la realidad. Su boca, exageradamente roja, asegura que su establecimiento esta reemplazando al núcleo familiar disuelto.

lunes, 27 de octubre de 2008

Ahí estaba.

"Un conocimiento que se calla. De lo que se sabe,
pero se calla, soló pasa entre nosotros medias palabras."


Aunque el tipo de seguridad privada insiste en que el nombre es solamente ilustrativo, todas las noches me doy una vuelta por la “Isla de los Inventos”. Preguntó ansioso por ese dispositivo manipulador de mentes, para que ella diga un si. Al final, lo de siempre. El uniformado a los empujones, las amenazas de denuncias, y el pedido de refuerzos. Otra puerta que se cierra. Manos en los bolsillos, encogí los hombres, y doble por Corrientes. Un cuidacoches que vio la escena, y la de anoche, y la de la otra noche, me dijo:
“La memoria es el antimuseo: No es localizable. De estas se desprenden fragmentos en las leyendas. Los objetos también, y las palabras, son huecos. Allí duerme un pasado. Sorprende aquí el hecho de que los lugares vividos son como presencias de ausencias. Lo que se muestra señala lo que ya no está. Los lugares son historias fragmentarias y replegadas, pasados robados a la legibilidad por el prójimo, tiempos amontonados que pueden desplegarse pero que están allí más bien como relatos a la espera y que permanecen en estado de jeroglífico, en fin simbolizaciones enquistadas en el dolor o el placer del cuerpo. -Me siento bien aquí-: es una práctica del espacio que este bienestar en retirada sobre el lenguaje donde se muestra, apenas un instante, como un resplandor. Michel de Certeau, cinco pesos”
Salde la deuda, y seguí. Mañana voy a volver a la isla esta, a ver si por fin, me venden ese aparatito, que tan bien me vendría. Creo que este bigotudo de seguridad, tiene día libre.

miércoles, 22 de octubre de 2008

FGL


Quizás, el silencio de los sábados por la tarde en lo que la ciudad convertiría en Parque de España, permitió que la frase haga eco.
Después, el artesanal trabajo del rumor. El comentario en la esquina, y la admiración en el café. El almacén con verso. El rescate del olvido.
Allá por el 23 de diciembre de 1933, donde hoy esa pareja se olvida del ritmo del centro, se levantaban tantos muros y galpones portuarios que al poeta interrumpido, solo le quedó agregar:
“¿Tenéis un río?, ¿Y porque lo habéis encerrado?”
Poco menos de tres años pasaron hasta la agitada madrugada del 19 de agosto de 1936. Quizás, fue el ruido de esa noche lo que no nos dejó saber que le quedó por agregar esta vez a Federico García Lorca, frente a los fusiles que acabarían con su vida. En Granada. A miles de kilómetros de ese silencioso y cercado Paraná.

viernes, 10 de octubre de 2008

Persia.


Tan conmocionados por la caída de la bolsa en Nueva York, los empleados municipales de Rosario, hacen una huelga. Jueves y viernes. Jueves y viernes de mercado persa sin control municipal.
Los puestos de comida de paso, la gente buscando el lugarcito por donde pasar, y los malditos gritos, no hacían más que cuestionarme que hacía por ahí.
Acomodada en un sillón de mimbre, y rodeada de sahumerios, una gitana leía las manos y aconsejaba no confiar en los escritos, en la puerta de la librería Ross. A su lado, su marido me ofrecía el encendedor que cambiará mi vida, o un pack de tres medias traídas directamente desde los rincones más profundos, de la antigua China comunista.
Entrar a la Falabella, fue imposible. Sus ingresos fueron devorados por puestos de discos piratas, morochos que traducían textos al latín por poco dinero, y mercados de frutas provenientes de islas prohibidas. Enfrente, un gordito no se decidía por unos calzoncillos azules, o rayados. A su izquierda un encantador de serpientes, y dos metros más allá, una rubia negociaba unos pasaportes falsos para escapar al sur.
Seguí caminando la tarde, esquivando chicos descalzos corriendo atrás de vaya uno saber que, animales sueltos y a unos muchachos apostando en una riña de gallos, en la esquina de Córdoba y San Martín.
Poco después de cruzar Maipú algo me obligo a mirar. No fueron los lentes de sol, o las toallas a diez pesos, lo que detuvo mi marcha. El último puesto del mercado ofrecía licores del olvido, y eso llama la atención a cualquiera. En la escalera del Jockey Club conté mi historia al vendedor de bigote falso. Con acento extraño, y en medio del gentío, el tipo cortó mí monologó:
“Usted no necesitar olvidar. Usted necesitar el néctar más rico del mundo, hielo, dos copas y paciencia”
Puso el Tía María en una bolsa papel madera, pagué y me fui. Esquivé a los pibes y a los traductores. Al de la serpiente, la gitana y su marido. La rubia, ya no estaba ahí.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Llueve.


La doña lleva las bolsas del supermercado y apura el paso. En la esquina, tomando una coca, un grupo de chicos intentan adivinar en que charco finalmente la señora, tropezará.
Las palomas que habitualmente giran por el cielo del centro, ya se encuentran protegidas, entre las viejas columnas de una casona de calle Santiago, que supo ser pensión de inmigrantes.
En la esquina de Santa Fe y Mitre, esperan el 115. El clima es perfecto, para invitarla a ir por un cafe. Le pide disculpas por anticipado, pero siente la obligación de cuidar las botas nuevas de ella, que acepta el cafe, y la infantil excusa.

Un abuelo viudo aprovecha y saca sus plantas al balcón. Sonríe. Como si alguien lo mirara de lejos. Siempre lo va a estar mirando, este donde este.
En la iglesia de San Luis y Mendoza, un mendigo comparte frazada con dos perros. Todos duermen a salvo.
Hay una madre que deja faltar a sus hijos al colegio. Se quedan hablando hasta las once en la cama. Juegan, cantan a los gritos y el olor a tostadas, invade la casa.
Preocupada por su primera cana finalmente decide enfrentar la realidad, y saca hora en la peluquería de calle Corrientes, que desde atrás de la ventana nunca lucio tan linda, casi sin gente.
Desde el último domingo llueve en Rosario. Con el olor del empedrado mojado, la gente busca refugio de las gotas. De las pequeñas historias de la calle, no hay paraguas que nos salve.

domingo, 21 de septiembre de 2008

The Plan.

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=395396


El plan era realmente ambicioso. Luego de innumerables reuniones en las grises tabernas del lugar, los antiguos vecinos fueron quiénes más presionaron para reflotar la idea.
Ante aquellos viejos empleados del ferrocarril inglés, a los más jóvenes no les quedó otra opción que acatar. Son más de ciento veinte años lo que esperó este proyecto en algún cajón del barrio más londinense de la ciudad, y lo que fue una utopía para los primeros habitantes de este poblado, hoy era la reivindicación de la corona.
Contaban sin duda con el apoyo del gobierno inglés, o de la policía secreta. Experimentados en este tipo de invasiones, desde las más altas esferas del Palacio de Buckingham, solo pedían tranquilidad. “La ansiedad los dejará con las manos vacías. Es el detectar el momento indicado, lo que llevo nuestro imperio adelante. Son hijos de la Corona, y su triunfo será el nuestro. Buena suerte”, cerraba la misiva enviada y firmada por un asesor de la reina.
El conflicto del campo, dio la señal. Rápidamente, en el Batten Cottage y el Morrison Building, aprovecharon el desvío en la atención de los pobladores locales. Las noches previas se hacían eternas. Imaginaban un Monumento entre la niebla, un río gris. Cúpulas y bruma. En pocos días pusieron en marcha el plan, destruyeron la evidencia, y sobornaron con libras esterlinas, a los carteros que habían escuchado algo del tema.
Hoy mientras la mayoría de los rosarinos maldice el humo matutino en la cola de los bancos, donde nace avenida Alberdi, hay un puñado de ingleses que sonríen.
Después de mucho tiempo se levantan temprano, y beben té. No se cansan de respiran profundo y se sienten como en casa.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Madrugada


Hace tres horas, que ya es miércoles. Enumera en silencio cuanto le resta por dormir, y el ejercicio lo desvela aún más. Solo para complicar, repasa la rutina de mañana. Imagina escenas perfectas, discusiones frente a su jefe en donde esta vez, es su grito el que pone el punto final. Le sobra noche y calcula con regla de tres simple, sus probabilidades matemáticas de quedar encerrado en el ascensor con ella solo los minutos suficientes. Cambiará su historia, tachando algunos días, y sumando horas a otros, que no tendrían que terminar nunca. Tomará otras decisiones. Imagina los brazos en donde va a morir.
Sabe el destino de estos planes vampiros.
Morirán con la luz del rutinario día, atravesada en el pecho.
A cinco pisos de su cama, un reproche se escucha por Catamarca.
Ya testigo en el balcón, escucha acercarse a alguien desde el lado del río. Primero el lamento, después la sombra, y finalmente el cuerpo. (“¿¿¿…Que nos pasó…que nos pasó…???”). A esta hora, es pleno dueño de la calle y de sus lamentos. Arrastra los pies, el dueño de la calle.
Sesenta años. O más. O menos. Tiene barba canosa y eso siempre desorienta. En la esquina con Entre Ríos, se detiene ante el enemigo en construcción.
Levanta la vista y su voz retumba en la noche, y en el gris de la estructura:
“… ¿Que nos pasó…que nos pasó…si yo te esperaba siempre en este bar…que nos pasó? Si todavía te espero en esta esquina...Me estas enterrando vivo, ¿te das cuenta?...me estás enterrando vivo…date cuenta, por favor”.
Silencio. Caminó un par de pasos y giró para decir algo más, pero no lo hizo. Unos metros antes de llegar a Corrientes, seguía moviendo la cabeza como un péndulo. Al mismo tiempo se pasaba la mano por la cara.
Desde el balcón se dejó de ver, y el sol...el sol sicario se niega a salir.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Arpa

Sinfonías Urbanas, de juannypg´s, en Flickr.


Algo más de diez millones de pesos, es el costo estimado por la municipalidad de la ciudad, para las reformas arquitectónicas de la peatonal Córdoba.
El cambio de baldosas, el adiós a las antiguas cabinas telefónicas y la desaparición de los pequeños bancos y sus antiguos jubilados, trajo a la ciudad un par de días con comerciantes quejándose por los costos y concejales defendiendo la inversión.
La gente camina apurada por el flamante empedrado. Va esquivando escombros y tristezas. Obreros trabajando y miradas.
Cerca del anochecer, el sonido de un arpa. El ritmo de Córdoba se vuelve una película italiana de los años treinta. Alguien grita acción y sin maquillaje, los payasos gigantes, los ángeles de lata, y los locos de siempre, se vuelven personajes, improvisan un guión.
Resulta conveniente, que la historia transcurra en blanco y negro.
Los grises empleados de oficina, la telefonista del banco que quita el sueño y los extras de ocasión saltan a escena. Todos cumplen el papel asignado a la perfección.
A ella y su arpa, poco le importan los millones que costaron las tablas del escenario que hoy ocupa, y toca sus piezas con ojos cerrados. Como suele ocurrir en esta clase de espectáculos, el programa de cada noche se financia a voluntad y por fin en la ciudad, aparecen las monedas.
Y aunque la rubia de falda bordó, parece ser una mujer joven, ella esta más cerca del arpa, que de la guitarra. Como pasa a veces con las ganas.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Bomba.



Duele la espalda. La mochila ya esta cargada, y no se puede perder en algún aeropuerto o pedir una ayuda por su peso. No se puede abandonar. Se camina, se duerme, se vive con ella. Lleva el explosivo, el de todos los días. Que estalle es cuestión de tiempo.
No es ningún loco con turbante, el que dio la orden. Es el café con gusto a humo de todas las mañanas, es la ceniza en el cielo, y el fuego sobre el río.
No se encuentran iniciales de TNT en la dinamita de la mochila. Esta vez, son los días en que vivimos, el cargamento. Son los piquetes, las marchas, los accidentes en circunvalación. Las discusiones. Contra la radio, los precios, con los jefes de la falsa sonrisa, en los semáforos, con los profesores que nunca fueron estudiantes en la universidad del paro.
La mochila nos hace transpirar, y ante cualquier ruido, cerramos los ojos y nos preparamos para el final. Nos pesa. La inflación, lo que pagamos en el supermercado. Los que pagamos. Los platos rotos, los miedos ajenos, los errores propios.
El peso hace recordar todo aquello que se extraña. Esa risa, ese abrazo, esa charla. Se extraña. A doce mil kilómetros, a cuatro horas y a tres cuadras. Se va a seguir extrañando, el peso no se va.
Todo el mundo mira, y entre el griterío se espera la señal. Es imposible, transpiran las manos, mientras se hace esfuerzo por escuchar. Hay bocinazos, insultos, camiones de la basura, obras en construcción, veredas en destrucción. Discursos frente a aplausos pagos, suicidas ahorcando sueños en la plaza de la catedral. La policía sabe que es lo que cargo en la mochila.
Un padre muere ante los hijos. Siempre juró que ante una situación así, les daría todo y no se resistiría. Para los dueños de la vida, todo es nada. Disparan, y se van.
La mochila es insoportable, y de todos los días. Va a explotar. Y como la joven en Irak, buscamos desesperadamente, esa persona que con una mirada, nos la saque de encima.
Se sabe, por la calles de Rosario, que el mismo viento que despeina rubias, es el mismo que levanta el polvillo del desierto, en los caminos bombardeadas de Baquba. Es viernes y ella se queda hablando hasta tarde conmigo. No lo sabe y, sin hacerlo, toma la pinza y entre la maraña de cables, conoce de memoria cual es el que debe cortar. Como en las películas. Como en el último lunes de agosto, de aquel lejano Irak.

martes, 12 de agosto de 2008

Fieras




Por suerte, insistencia o buen tipo, Maximiliano Rodríguez es jugador profesional de fútbol.
Hoy, por suerte, insistencia o buen tipo, logró que el Atlético de Madrid, club español en donde juega, donara al Hogar de Madres Solteras de Rosario, más de medio millón de pesos.
Los taxistas se acuerdan de un gol a México, en el último mundial de Alemania, para hablar de “La Fiera” Rodríguez, mientras que las madres solteras del hogar en cuestión, sueñan con que sus hijos pateen una pelota como él.

miércoles, 6 de agosto de 2008

A la oficina.



Es cerca de las dos de la tarde, y esta sentado en la barra de un bar. Con una mano apura el último bocado mientras que con la otra, sostiene la corbata evitando lo que tarde o temprano llegará. Las manchas de aceite no salen.
Pasa a la última pagina del diario Busca el horoscopó. Espera la señal cósmica. Simula tranquilidad. No hay tiempor para digestión, sabe lo que va a venir. Pagará, guardará el cambio, y a hacer el ridículo nuevamente. Otra vez la maldita galería comercial, la mejor cara de sorpresa ante la oferta de jabones con forma de frutas, y a rezar por un cruce de miradas desde atrás de la vidriera.
Del otro lado del mostrador, ella. Es rubia, perfecta, y murmulla por lo bajo cuanto odio le tiene a los lacanianos. Mientras los anteojos de marco tan negros como gruesos, hacen equilibrio sobre su nariz, marca una frase sobre un viejo apunte de psicología. Solo se detiene para imaginar un podio con los trabajos más aburridos del planeta. El suyo ocupa el tercer lugar y planea huidas al sur. De ninguna manera se entera del tipo de la corbata manchada.
El, que desde hace veintidós días reconoce esa vidriera de memoria, finge entusiasmo ante la oferta de los jabones-frutilla y huye por vigésimo tercera vez, con las manos vacías. Tras mirar su reloj dejará la cuestión en las manos de un, “por ahí, mañana”.
Se irá caminando con la cabeza en cualquier lado rumbo a la oficina. Mirará el nombre de la galería, y amenaza con agregar la palabra “infinito”, al final del verde cartel luminoso.
Al salir, chocará con otro hombre. Con el traje recién planchado, afeitado y perfumado, este ingresa casi corriendo a la galería. Se detiene en el farma shop. Su destino pasa por una caja de curitas, al lado de unos quita esmaltes en oferta.
Dentro del local, una morena habla por teléfono.

jueves, 24 de julio de 2008

Sueños.

De frente, el hostel. A la derecha, la casa del Che.

Hace ochenta años, segundos antes de ingresar en su primer sueño, Ernesto se durmió mirando el alto techo de la habitación del segundo piso de Entre Ríos 480.
Paso el tiempo, y estos sueños fueron improvisando camas, a través de todo el continente.
Desde la Isla de resistencia hasta la escuelita boliviana de La Higuera, hubo noches de techos descascarados, y noches de estrellas. De frazada que pica en el cuello, y frío hasta la asfixia.
Noches de sueños. Tan grandes, que no cabían en una noche. Que viajaban, que despertaban pasiones, que dignificaban, que juntaban gente, que estiraban la mano, que escribían con sangre, y disparaban con tinta. Sueños que fueron hijo, amigo, doctor, maestro, ministro, guerrillero, asesino o compañero. Que liberaban al ser liberados.
Siempre hay un principio, y fue en esa habitación donde despertaron dormidos, esos sueños por primera vez. Humildes sueños de chico, seguro, de bocanadas de aires profundas y sin agitación, de amores imposibles, de juegos al aire libre o de hospitales y guardapolvos.
Desde entonces son muchos los viajeros que hacen el camino inverso, y llegan desde todas partes del mundo a buscar esa ventana enorme desde donde, aseguran, salen los sueños que cambian la historia.
Se los pueden ver. Mezclados en la esquina con Urquiza, entre los que esperan el colectivo, bostezan obligados, apurando a la noche y a ese sueño buscado a través de los días.
En la esquina, frente a la casa natal del Che, han abierto un hospedaje, de apellido Guevara. No va a ser cosa, de que si ese sueño llega, nos quedemos sin una cama cerca, para empezar a hacerlo nuestro.

miércoles, 23 de julio de 2008

Jueves.

Los restos del Imperial. Corrientes, casi Tucumán.

(…)El mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cultural. La vieja esperanza del espectador cinematográfico, para quién la calle parece la continuación del espectáculo que acaba de dejar, debido a que éste quiere precisamente reproducir con exactitud el mundo perceptivo de todo los días, se ha convertido en el criterio de la producción. Cuanto más completa e integral sea la duplicación de los objetos por parte de las técnicas cinematográficas, tanto más fácil resulta hacer creer que el mundo exterior es la simple prolongación de que se presenta en el film (…)
Fragmento de”La Industria Cultural”, Adorno & Horkheimer


El viejo mandato de reproducir el mundo de todos los días, es el último estreno de la cartelera del cine Imperial. Cerrado por problemas económicos, o por lastima, hace ya unos veinte años, en su antigua puerta principal vive un mendigo panzón de pies descalzos y cabeza enrulada.
Corrientes, su tránsito y su vereda rota es, en si misma, la gran pantalla que ahora continúa con el espectáculo. No son muchos los asistentes que se detienen a mirar la función, o los que se preguntan que fue primero.¿El mendigo o el cine destruido?
Aquellos pocos que pagaron su entrada, comentarán al final del día, en el ascensor o en la cola del súper, la escena vista hoy. Dudarán sobre el final. No recordarán nunca, si fue en la calle, o en el cine. Quizás fue en ambas.