miércoles, 21 de enero de 2009

Crísis


Los momentos de crisis agudizan la imaginación. Los tres millones de parados en España le ponen número a la portada de El País. En las puertas de la Oficina de Empleo, el noticiero de Antena 3 muestra la cara del monstruo, de frente y a las dos de la tarde.

El resto, los que aún conservan su trabajo, siguen llenando los bares del centro cuando finaliza el día. Y hasta la barra del Avalon llegaron estos cuatro mariachis, después de andar haciendo rancheras por ahí. Con sus trajes e instrumentos. Con sus penas y sombreros.

Sobraron las presentaciones para que la palabra más nombrada en estos días haga eje en la conversación. Nuestras actas de nacimiento, hablaban de lo mucho que sabemos del tema.

La conversada noche, esa que empieza a las seis de la tarde (en este impensado invierno de diciembre) solo se veía interrumpida por hombres-víctimas de otra crísis que no ocupa lugar en ningún períodico. Las del corazón. Llegaban hasta los músicos de a dos o tres condenados. Y pedían una para la morocha más guapa del bar, o cualquier bolero para la de falda bordada. El más desesperado gritaba, y se arrodillaba. Exigía “Si nos dejan”, para una rubia que se ponía el abrigo, con el rimel aún humedecido.

Con los músicos fuera de su horario de trabajo, agudizaban la imaginación los hombres-víctimas. Y ofrecían lo que no tenían por algunos acordes. Sobre la mesa, dinero. Testamentos, llaves de coches alemanes. Cheques en blanco. Por último, y sin fe, una ronda de cubatas.

Salí del bar caminando a esta ciudad de piedra, sin conocer al mariachi que se negara a cantar frente a una dama, cuando la causa era noble. Y mucho menos al que dijo no, ante una copa en la barra.

Aquí


“Los incautos son hijos del país”, decía González Tuñon. Enrique González Tuñon. Y continuaba. “El argentino –por ejemplo- quiere deslumbrar a París con su elegancia, es el inventor de la gomina”

Mi criollo plan después de dos años de no estar, era sorprenderla. Opte por llegar de mañana a esta ciudad de parpados caídos. Bien temprano, casi de noche, para agarrarla desprevenida y despeinada, tomando café.

Fue imposible. Zamora es mujer, y siempre termina sorprendiéndome. A las pocas horas me hizo salir de la habitación del hotel, para mostrarme la nieve, que yo no conocía. Y después me abrazaba esta ciudad, con los brazos prestados de quienes la habitan ocasionalmente. Y me explicaba, con tono de maestra que las distancias no existen. Y que el tiempo, es algo loco, un tópico temático, para que las viejas hablen en la peluquería o en la fila del supermercado.

Y ya salí a caminarla. A perderme por sus callecitas de laberinto. A mojarme con su Duero o tomarme un buen tinto en sus oscuros garitos. En uno de esos paseos, le confesé que los lunes al mediodía, en la esquina de San Luis y Corrientes, me daba por pensar en ella y en este silencio.