lunes, 13 de abril de 2009

Café literario


Bajando por Mitre, desde el centro de la ciudad hasta el río, existe una pequeña librería pegada a un café. Los locales en cuestión, comparten la pared. Sus dueños, la mesa. Sobre la vereda, durante el almuerzo.
Entre ruido de tenedores y coches, discuten de fútbol. De economía y política. Gritan y se enojan. Hacen respetuoso silencio. Y acompañan con la vista cuando las chicas de quinto año salen del colegio. Toman su vinito y su descanso.
Algunas tardes, con los platos sucios y las servilletas de papel abolladas sobre la mesa, no saben bien que es lo que se extiende. Si la charla, o el vino. Entonces, se levantan con dificultad de sus sillas, se despiden e ingresan a los locales incorrectos.
Y es ahí, cuando el dueño del bar te invita con un rico café, mientras uno se pierde en las estanterías del pequeño local de libros usados. Es verdad que la búsqueda se hace más amena. Como también es verdad que los empleados del correo preguntan por libros inventados, a cambió de uno. Con tres de azúcar. De las chicas. Por favor.
Al lado, el otro, el de la librería, se niega a servirte un café en jarra. Apoya los codos en la barra. A cambio, recita poemas de Rodolfo Serrano. Con ojos cerrados.


"Nos dicen que la vida es un instante.
Y sin embargo,cuando no estás,
es un noviembre entero (y sin domingos)"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando la embriaguez se apodera de nuestro cuerpo, dicen los griegos; el alma de Dionisio devela con precisas palabras, la verdad.