martes, 18 de agosto de 2009

Fuego.

Silencio! Hospital... by Emi, en Flickr

En Paraguay 40 se encuentra el Sanatorio Británico. Allí funciona en Rosario, el centro de atención a heridos por el fuego más complejo de la ciudad. Es el Instituto del Quemado. Todos los días, los médicos del lugar atienden diferentes accidentes. Heridos. De un incendio en zona sur, la explosión de una maquina en Acindar o un accidente doméstico.
Hubo una noche en que llegué hasta el lugar. Golpee la puerta de la oficina de guardia.
Herido otra vez.
Es que intente acercarme demasiado. A ella.


martes, 4 de agosto de 2009

Tobas



El chofer ponía sus ojos en un espejo con la cara de Garfield. Su voz, en el pasillo. Atrás hay lugar. Y las quejas se movían pesadamente, habitando unos cuerpos abrigados que no entran en ninguna parte. Sobre la puerta de adelante, asoman dos mujeres tobas. Y un niño. Dos mujeres tobas y un niño, cubierto con muchas frazadas de colores. El niño lloraba y su llanto fue sirena. Se abrían paso estas dos mujeres y el pequeño, entre tanta bolsa del supermercado, mochila de escuela y cartera de mujer paqueta.
Imagino que eran madre e hija. O abuela y madre a partir de anoche. O la noche anterior quizás. Era la esquina de la Maternidad Martín. Donde empieza la vida.
Poco habituado a esto de viajar apretado, el niño no paraba de llorar. Quizás, unas seis calles y la señora paqueta empezó a molestarse, mirando fijamente a la joven madre, esperando que apague al recién nacido. Como un celular en una reunión importante.
Siete calles más y la abuela toba comenzó una canción. Una canción de cuna. Y era tan dulce ese cantar despacio de la señora, un poco tarareando y otro poco en su lengua original, que todo se volvió silencio. El bebe se durmió entre sus frazadas de colores y por las ventanillas de este 142, entró el sol de los domingos al mediodía. Aunque es jueves, hace frío y esta oscureciendo.
El resto de los pasajeros, veían pasar las esquinas donde debieron bajar con una extraña melancolía. A ninguno se le ocurrió mirar el reloj. Nadie abandonó ese colectivo durante el cantar. Nadie se animaba a tocar el timbre. El chofer hizo su recorrido lento. Eterno.

Descendí por la puerta de atrás como lo indica el cartel. Dos paradas después que la nueva familia. Como lo indicaba el momento.
Hay días, que el boleto de la ciudad es el más barato del mundo.