miércoles, 23 de marzo de 2011

Madrid


En El Rastro de Madrid


Las torres Kio inclinan más sus cuerpos producto de un grupo de contadores que a diestra y siniestra se asoman para verte cruzar el Paseo de la Castellana. De los pisos más lungos caen balances y facturas siendo esta, la última nevada del invierno en la capital.

Madrid, que en planos se divide en mil calles, angustiosamente se parte en dos. En la superficie un trío acústico canta temas de REM. Colgadas van sus guitarras criollas y sus sonrisas europeas. La gente que no habla de Japón/Libia/Alemania, acompaña fijando al suelo el talón del pie derecho, levantando intermitentemente la punta del mismo infinitas veces. Brilla el sol. Debajo, en el último asiento del último vagón, de un Metro que no va a ninguna parte una morena canta boleros de Manzanero. Sus jeans -apretado como su presupuesto-, distrae a un hombre que cuenta miserias y monedas. Por el lento vaivén o por el trabajo semanal, una profesora duerme.

El domingo bien temprano -cuando peluqueros terminan de quitarle los ruleros a la Cibeles para comenzar una nueva sesión de fotos-, la misa se celebra en El Rastro de Lavapiés. Allí, los inciensos religiosos, son sabor a café y tortillas mientras que las velas se le encienden a Cristiano Ronaldo, patrono del regateo. Las procesiones son largas y bulliciosas. Los pecados se limpian a besos, ejercicio que hace vomitar a un obispo.

Entrada la madrugada, mientras los barrenderos terminan de sacar lustre a la Gran Vía, una simple camiseta colgada en un balcón, enferma de insomnio a la ciudad.