viernes, 13 de mayo de 2011

San Casillas




Yo también fui Casillas campeón del mundo
un fin de semana en Madrid,
y te metí de y por fiado
un par de besos que dejaron santa
la Fuente del Ángel Caído que nunca vimos,
en el Retiro
de tropas
y de declaraciones de guerra.

Yo también fui Casillas, el pibe de la tapa
paseando la copa del mundo,
por los Jardines de Sabatini
para que la vieran los turistas, y se le caigan las medias
a los maniquís del Corte Inglés
que piden una mano al de seguridad
para refregarse los ojos
porque no creen
y otra mano
para rascarse la espalda,
porque no llegan.

Yo también fui Casillas, premio Zamora, valla vencida
y volé de palo a poste doce horas,
cinta de capitán sin carabela,
se fueron al caribe
la Santa María y la Pinta,
me dejaron la Niña
naipe marcado en la Barajas
porque el clima no es para ella.

Yo también fui Casillas, y firme autógrafos
con guantes de gato y el uno en la espalda
a todos los pasajeros del metro.
Para Paco, con cariño.
A Jorge, con envidia.
A Angeliyo, buen viaje,
desde Sol a Menéndez Pelayo.
Firme hasta que viniste vos sonriendo,
con el tratado de paz en Arial diez,
y justo ahí, me quedé sin tinta.

domingo, 8 de mayo de 2011

Rosario Mínima (y otro libro dando vueltas por ahí)

http://www.bubok.com.ar/tienda

Quizás sea mañana, cuando agentes del orden público toquen a sus puertas. Seguramente, con voz intimidante los hagan complices de este crimen letrado. Mientan. Mientan y juren por lo más amado que nunca, nunca en sus vidas han oído hablar de Rosario Mínima. Pero mientan bien si es que no quieren tener problemas con el orden público. Porque en mi barrio se sabe bien que son ustedes, los grandes culpables de este humilde caminito de tinta. Y sin ir más lejos, se los agradezco muchísimo.
Arte de tapa a cargo del arquitecto Cesar Mosca.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Madrid


En El Rastro de Madrid


Las torres Kio inclinan más sus cuerpos producto de un grupo de contadores que a diestra y siniestra se asoman para verte cruzar el Paseo de la Castellana. De los pisos más lungos caen balances y facturas siendo esta, la última nevada del invierno en la capital.

Madrid, que en planos se divide en mil calles, angustiosamente se parte en dos. En la superficie un trío acústico canta temas de REM. Colgadas van sus guitarras criollas y sus sonrisas europeas. La gente que no habla de Japón/Libia/Alemania, acompaña fijando al suelo el talón del pie derecho, levantando intermitentemente la punta del mismo infinitas veces. Brilla el sol. Debajo, en el último asiento del último vagón, de un Metro que no va a ninguna parte una morena canta boleros de Manzanero. Sus jeans -apretado como su presupuesto-, distrae a un hombre que cuenta miserias y monedas. Por el lento vaivén o por el trabajo semanal, una profesora duerme.

El domingo bien temprano -cuando peluqueros terminan de quitarle los ruleros a la Cibeles para comenzar una nueva sesión de fotos-, la misa se celebra en El Rastro de Lavapiés. Allí, los inciensos religiosos, son sabor a café y tortillas mientras que las velas se le encienden a Cristiano Ronaldo, patrono del regateo. Las procesiones son largas y bulliciosas. Los pecados se limpian a besos, ejercicio que hace vomitar a un obispo.

Entrada la madrugada, mientras los barrenderos terminan de sacar lustre a la Gran Vía, una simple camiseta colgada en un balcón, enferma de insomnio a la ciudad.