martes, 10 de febrero de 2009

Llamada.


El teléfono publico de la esquina, funciona a euros, y a ganas de abrazos.
Las putas colombianas bajan sobre la tardecita. Antes de negociar besos, en la larga noche de garitos del barrio de la lana. Preguntan por sus hijos. Enredan su dedo índice en el cable del aparato. Inclinan sus cabelleras tenidas y, mientras pierden su vista en el suelo, sueñan con tardecitas made in García Márquez.
Hay algunos africanos que por la tarde, venden productos tan ilegales, como sus papeles. La policía, mira para otro lado, si el Armani, les es convincente. El sol los empieza a dejar solos, y hablan en algo que suena a francés. Sus amplias sonrisas iluminan la cabina.
Cuentan monedas, unos gemelos de algún lugar de Europa del este. Llegaron hace un par de años, y su acordeón es la banda sonora de las tardes por la Santa Clara. Vi sus rostros en unos afiches por el centro. Están por hacer unos conciertos en la ciudad, y esa será la noticia que alegre a su madre, cuando terminen de contar monedas.
A las seis de la tarde ya es de noche, en este invierno español. A medida que salen de sus empleos la gente se va acercando a la esquina. Y en la fila, esperan -manos en los bolsillos-, la señora portuguesa del hotel, el encargado peruano de un bar y la maestra argentina. Nadie pone mala cara ni apura, si la conversación viene para largo. Todos saben lo importante del momento. Es que en esta cabina, que funciona a euros y abrazos, se festejan navidades y la llegada de nuevos años. Noticias de embarazos y cumpleaños. La muerte también. Avisa al oído con monedas de a veinte céntimos, en esta cabina.
Yo, paso todos los días por esta esquina. Esperando que el teléfono suene. Esperando que sea para mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo también espero que la llamada sea para mi...