viernes, 13 de febrero de 2009

Especulaciones


Si hoy caminaras por acá, tu voz no estaría sonando cansada al otro lado del móvil. La calle Santa Fe, se plantearía apoyar por última vez el arma en la sien, triste de no verte pasar apurada.
Si esta mañana de frío tu sombra se mezclaba con la de los edificios que rodean la plaza mayor, esta reunión no duraría 25 inviernos y yo estaría pendiente de mi reloj. Cada cinco minutos. Con miedo a que te canses de esperar, en el bar que quedamos.
Tal vez, el Ministro de Economía y Hacienda Solbes, no me aburriría adelante del televisor, si fuese tu ropa la que esta acomodada sobre mi cama. Y no esa pila de toallas limpias, en esta habitación 313. De un vacío tercer piso de hotel.
La presentadora del tiempo, anunciaría días de 18 o 20 grados, si son tus tacos los que retumban en el piso de madera. Yo recomendaría un buen lugar para conocer, y no haría rulos como los que hago. En el margen derecho del cuaderno. Porque el bolígrafo no funciona.
Si hoy estuvieras por acá, yo no estaría esperando que te asomes del otro lado del Puente de Piedra. De piedra, que tanto se te parece.

martes, 10 de febrero de 2009

Llamada.


El teléfono publico de la esquina, funciona a euros, y a ganas de abrazos.
Las putas colombianas bajan sobre la tardecita. Antes de negociar besos, en la larga noche de garitos del barrio de la lana. Preguntan por sus hijos. Enredan su dedo índice en el cable del aparato. Inclinan sus cabelleras tenidas y, mientras pierden su vista en el suelo, sueñan con tardecitas made in García Márquez.
Hay algunos africanos que por la tarde, venden productos tan ilegales, como sus papeles. La policía, mira para otro lado, si el Armani, les es convincente. El sol los empieza a dejar solos, y hablan en algo que suena a francés. Sus amplias sonrisas iluminan la cabina.
Cuentan monedas, unos gemelos de algún lugar de Europa del este. Llegaron hace un par de años, y su acordeón es la banda sonora de las tardes por la Santa Clara. Vi sus rostros en unos afiches por el centro. Están por hacer unos conciertos en la ciudad, y esa será la noticia que alegre a su madre, cuando terminen de contar monedas.
A las seis de la tarde ya es de noche, en este invierno español. A medida que salen de sus empleos la gente se va acercando a la esquina. Y en la fila, esperan -manos en los bolsillos-, la señora portuguesa del hotel, el encargado peruano de un bar y la maestra argentina. Nadie pone mala cara ni apura, si la conversación viene para largo. Todos saben lo importante del momento. Es que en esta cabina, que funciona a euros y abrazos, se festejan navidades y la llegada de nuevos años. Noticias de embarazos y cumpleaños. La muerte también. Avisa al oído con monedas de a veinte céntimos, en esta cabina.
Yo, paso todos los días por esta esquina. Esperando que el teléfono suene. Esperando que sea para mí.

lunes, 2 de febrero de 2009

Ribadelago


La mayoría murió durmiendo. Otros escapando o brindando ayuda. Apenas había pasado la medianoche y por las montañas caían, arrasando con todo a su paso, ocho millones de metros cúbicos de agua. Segundos antes, la presa de Vega de Tera había abierto dos brechas. Una, en su propia estructura. La otra en la memoria del poblado sanabrés de Ribadelago. Fue el 9 de enero de 1959 y murieron 144 personas.
Con pesetas se pagaron a los muertos. 95 mil por hombre. 80 mil por mujer. 25 mil por niño.
Con miedo se pagó el silencio. Nadie acusa en el pueblo a los ingenieros de la hidroeléctrica Moncabril. La administración franquista, lleva sus cuentas al día. Cincuenta años después.
Aquel Ribadelago, vive hoy en conversaciones. Esta habitado por escombros y fantasmas. Pequeños de manos embarradas, te señalan donde jugaban, o donde no despertaron jamás. Mujeres piden abrigo por las calles vacías. Los 18 grados bajo cero de esa noche, aún les duele en el cuerpo. Hay tipos que se siguen buscando. Escuchan que alguien los llama en la puerta de alguna casa. Temen no poder ir, temen ya no estar ahí.
Y es que todo gira alrededor de agua derramada cuando se habla de Ribadelago. La que ayer destruía una presa y muchas vidas, hoy devuelve historias. Humedeciendo los ojos de quiénes recuerdan. Ya no arrastra desesperación y ahogados gritos de ayuda. Salpica recuerdos, y corre la tinta negra de este cuaderno.

Casa


Esta lejos de donde pensábamos pensar. Pero optamos por decirle casa. Porque adentro se escuchan charlas en rosarino original, y en la cocina hay una foto de Julio Sosa.
Le decimos casa, porque una noche, el aroma de empanadas fue invadiendo el cuarto piso, y nos quedamos sin hielo para el fernet. Porque vienen a cenar familiares, amigos y socios con abono por temporada. Y decimos que pasen por casa, que vamos a estar ahí.
Si, casa. Porque nos resulta cómodo y porque esta noche nos quedamos hasta tarde, viendo una de Darín en la Dos.
En sus paredes, cuelgan fotos de otros que nos fueron formando, y nos hicieron lo que hoy somos. Por eso, pueblan las paredes de esta casa.
Si la sentimos tan casa, es porque en los estantes del salón hay un libro de Sábato, y los domingos se escuchan tangos de Adriana Varela desde la planta baja.
Es bueno justificar que no usamos cualquier palabra para referirnos a este lugar. Decimos casa, porque se extraña, de uno y otro lado del teléfono. De móvil a celular.
Es casa, porque el contrato con la inmobiliaria lo firmo ella, y los impuestos vienen a su nombre. Pero también, porque a la tarde se toma mate, porque hay una lamina del Monumento a la Bandera apunto de ser colgada, y porque nomás girar la “lliave” que abre la puerta, vuelve a ser “shave” que dejamos arriba de la mesa.
Es casa. Porque en esta noche que nieva afuera de sus ventanas yo estoy abrigado, a bordo de mi cabeza, cruzando sin mirar la calle Sarmiento.
Vivo en el numero siete.