miércoles, 6 de agosto de 2008

A la oficina.



Es cerca de las dos de la tarde, y esta sentado en la barra de un bar. Con una mano apura el último bocado mientras que con la otra, sostiene la corbata evitando lo que tarde o temprano llegará. Las manchas de aceite no salen.
Pasa a la última pagina del diario Busca el horoscopó. Espera la señal cósmica. Simula tranquilidad. No hay tiempor para digestión, sabe lo que va a venir. Pagará, guardará el cambio, y a hacer el ridículo nuevamente. Otra vez la maldita galería comercial, la mejor cara de sorpresa ante la oferta de jabones con forma de frutas, y a rezar por un cruce de miradas desde atrás de la vidriera.
Del otro lado del mostrador, ella. Es rubia, perfecta, y murmulla por lo bajo cuanto odio le tiene a los lacanianos. Mientras los anteojos de marco tan negros como gruesos, hacen equilibrio sobre su nariz, marca una frase sobre un viejo apunte de psicología. Solo se detiene para imaginar un podio con los trabajos más aburridos del planeta. El suyo ocupa el tercer lugar y planea huidas al sur. De ninguna manera se entera del tipo de la corbata manchada.
El, que desde hace veintidós días reconoce esa vidriera de memoria, finge entusiasmo ante la oferta de los jabones-frutilla y huye por vigésimo tercera vez, con las manos vacías. Tras mirar su reloj dejará la cuestión en las manos de un, “por ahí, mañana”.
Se irá caminando con la cabeza en cualquier lado rumbo a la oficina. Mirará el nombre de la galería, y amenaza con agregar la palabra “infinito”, al final del verde cartel luminoso.
Al salir, chocará con otro hombre. Con el traje recién planchado, afeitado y perfumado, este ingresa casi corriendo a la galería. Se detiene en el farma shop. Su destino pasa por una caja de curitas, al lado de unos quita esmaltes en oferta.
Dentro del local, una morena habla por teléfono.

1 comentario:

Meli dijo...

Si te sirve para algo de consuelo, la mancha de vino tinto tampocó nunca salió...