Cuando el solcito de la mañana, empieza a calentar sus cuerpos, ellas asoman al balcón. No se sabe con certeza si son primas o hermanas. Vecinas, quizás.
Abajo, los obreros de la oficina ganan la calle y se van a morir atrás de un escritorio. Entre folios, biromes que nunca funcionan y un teléfono. Recién planchados de pies a cabeza. Quizás, no vuelvan a sus hogares.
Ellas los piropean.
Si algún caballero se da por aludido y levanta la vista buscando el cuerpo de la voz, las tres se hacen las distraídas y miran para otro lado. Después se señalan una a la otra, con cara de sorpresa y se ríen a carcajadas. La pelirroja es la peorcita de todas, dicen las viejas. Siempre con uno distinto.
Todos van con la oreja parada por Mitre. Campaneando para arriba.
Abajo, los obreros de la oficina ganan la calle y se van a morir atrás de un escritorio. Entre folios, biromes que nunca funcionan y un teléfono. Recién planchados de pies a cabeza. Quizás, no vuelvan a sus hogares.
Ellas los piropean.
Si algún caballero se da por aludido y levanta la vista buscando el cuerpo de la voz, las tres se hacen las distraídas y miran para otro lado. Después se señalan una a la otra, con cara de sorpresa y se ríen a carcajadas. La pelirroja es la peorcita de todas, dicen las viejas. Siempre con uno distinto.
Todos van con la oreja parada por Mitre. Campaneando para arriba.
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