Eloína no corrió la suerte de sus padres y cuatro de sus cinco hermanos, porque su abuelo estaba enfermo. Su cuerpo no tuvo que ser identificado por sus ropas entre lodo y piedras, porque esa noche toco cuidar del anciano, junto a una de sus hermana. Su abuelo vivía en la parte alta del pueblo. Por eso Eloína hoy, habla de sus nietos e hijos. Sirve café y escucha amablemente las preguntas sobre aquella jornada.
Eloína, en Ribadelago aún es la hija del cartero. Al otro día de la tragedia, sin tomarse tiempo para nada, tomo su saco, y salio a repartir la correspondencia del pueblo como si nada hubiese pasado. No hubo tiempo para preguntas ni lamentos. No hubo tiempo para lagrimas entre tanta destrucción. Creció escuchando a su padre, y la importancia de las cartas en un pueblo de seiscientos habitantes. Alejado de todo. Donde las novedades llegaban a través de esa vía. Respirando en el frío lugar es imposible imaginarse a esta mujer. Esquivando escombros, muerte y agua. Buscando direcciones que ya no existían. Preguntando por familias enteras que fueron enterradas en lo profundo del Lago de Sanabria. Caminando con un saco lleno de cartas y pena. Un día después de haber perdido casi toda su familia.
En un estante del salón hay fotos de sus nietos. A la derecha, sonríe a color una hija recién casada y asoma una antigua revista en blanco y negro. Supongo que quién firma la noticia, habrá quedado sorprendido de la historia y sintió la obligación de trasmitirla. Cincuenta años después, la obligación es mía.
Eloína, en Ribadelago aún es la hija del cartero. Al otro día de la tragedia, sin tomarse tiempo para nada, tomo su saco, y salio a repartir la correspondencia del pueblo como si nada hubiese pasado. No hubo tiempo para preguntas ni lamentos. No hubo tiempo para lagrimas entre tanta destrucción. Creció escuchando a su padre, y la importancia de las cartas en un pueblo de seiscientos habitantes. Alejado de todo. Donde las novedades llegaban a través de esa vía. Respirando en el frío lugar es imposible imaginarse a esta mujer. Esquivando escombros, muerte y agua. Buscando direcciones que ya no existían. Preguntando por familias enteras que fueron enterradas en lo profundo del Lago de Sanabria. Caminando con un saco lleno de cartas y pena. Un día después de haber perdido casi toda su familia.
En un estante del salón hay fotos de sus nietos. A la derecha, sonríe a color una hija recién casada y asoma una antigua revista en blanco y negro. Supongo que quién firma la noticia, habrá quedado sorprendido de la historia y sintió la obligación de trasmitirla. Cincuenta años después, la obligación es mía.
1 comentario:
Te felicito por el compromiso que tenes, desde el lugar en que estas. Estas historias son parte de la memoria de todos,
gracias por recuperarlas, y que llegue a otros.
abrazos
Publicar un comentario